En Argentina muchos camioneros dejan en las cunetas de determinados lugares una botella con agua por si pasa por allí alguien que tenga sed, según la tradición de la legendaria Difunta Correa que seguía a su marido movilizado para el ejército por los desiertos de la Provincia de San Juan con su hijito lactante. Ella murió de sed, pero el bebe fue encontrado un día después todavía mamando del pecho de su madre.

            En el desierto de Arizona de Estados Unidos de Norteamérica hay ciudadanos compasivos que dejan un galón de agua, o unas latas de carne, para que los emigrantes latinoamericanos que han cruzado clandestinamente la frontera, y que tratarán de inventarse una nueva vida en Estados Unidos, beban y se alimenten.

            Esto que pasa desde hace años en el desierto de Arizona empieza a reproducirse en Europa: el ciudadano común tiende la mano al emigrante necesitado, mientras las fuerzas de los Estados democráticos europeos lo persiguen para encerrarlo en un patio con el perímetro alambrado. Algo ha volado dramáticamente por los aires, en las sociedades democráticas, cuando el ciudadano protege a aquellos que el Estado persigue. También están los que prefieren a los emigrantes encerrados en ese patio, desde luego.

            Decenas de miles de personas desplazadas por la guerra en Siria improvisan diariamente una ruta a través de los Balcanes para llegar a Europa. Para orientarse en ese viaje infernal que hacen a pie, con sus hijos y sus cosas a cuestas, utilizan el GPS de sus teléfonos móviles. El emigrante del siglo XXI depende de su móvil, para saber el camino y para conectarse con las redes sociales que le proponen rutas alternativas y le avisan en qué zona del bosque se agazapa la policía. Así como en el desierto argentino o de Arizona la gente compasiva deja agua y comida, los ciudadanos europeos decentes tiran un cable en medio del bosque con una regleta de enchufes para que los emigrantes recarguen la batería de sus teléfonos.

            Esos enchufes en medio del bosque, como esa agua dejada para los viandantes, ese gesto para ayudar a esas personas que los Gobiernos del Primer Mundo persiguen con especial saña, nos invita a seguir creyendo en la especie humana.

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