Francisco


Francisco Olveira, en la Isla Maciel, de Buenos Aires (Argentina). CÉSAR G. CALERO
 
EL MUNDO - Málaga 26/07/2015  página 26
CÉSAR G. CALERO Buenos Aires

            La Isla Maciel no es una isla. Pero lo fue. No es el infierno. Pero hubo un tiempo, no muy lejano, en que gobernaban las tinieblas. Y hubo otro tiempo muy anterior a ese en que llegó a reinar cierta prosperidad, la extraña bonanza de los barrios portuarios, con sus naves industriales, sus cabarets nocturnos y su legión de estibadores.
Un canal infecto -el Riachuelo- separa ese pedazo de tierra maldita de la altanera ciudad de Buenos Aires. Ya no hace falta subirse a un bote, como antaño, para llegar a Maciel. Un puente de hierro conecta la capital argentina con esa villa de emergencia que tiene algo de fantasmal, con sus decadentes conventillos de colores, similares a los que han hecho célebre al vecino barrio de La Boca. Un rincón ignorado por la mayoría de los porteños en el que aterrizó hace 10 años un cura malagueño de nombre Francisco, como el Papa.
            Y fue Francisco, el jefe de la Iglesia Católica, quien hace 10 años, cuando todavía era el arzobispo Jorge Bergoglio, dio su bendición para que Francisco, el cura villero, recalara en la isla olvidada. Hoy, la Fundación Maciel, que preside este sacerdote influido por la Teología de la Liberación, le está cambiando el rostro al barrio. Con su equipo de colaboradores, Francisco Olveira dirige un centro de atención a drogodependientes, imparte talleres de formación profesional y gestiona una red de microcréditos, entre otros proyectos, para mejorar las viviendas de los vecinos. El padre Francisco no tiene dudas: «Maciel es mi lugar en el mundo».
            No, la Isla Maciel no es el infierno, pese a que muchos así lo crean. Pero tampoco es ningún paraíso. Las precauciones con las que Francisco cita a EL MUNDO lo demuestran: «Le buscaremos en el puesto de Policía que hay a la entrada de la isla».
Si alguna vez Maciel se convierte en ese polo turístico con el que sueñan sus pobladores, una suerte de Boca sin Caminito al otro lado del Riachuelo, no será difícil adivinar quién es el cura del lugar. Bastará con fijar la vista en el motorista que corta el asfalto rodeado de una jauría de perros callejeros. Ahí va el padre Francisco, mirada transparente, la barba descuidada, saludando a éste y aquél con la cabeza.
            Después de 27 años dando tumbos por América, la mayoría del tiempo en Argentina, el padre Francisco, a sus 50 años, es casi más argentino que español. Es, en todo caso, un cura atípico, uno de esos curas villeros tan populares en Argentina por haberse dejado la piel en las villas miseria. Olveira no esconde sus ideas. Al entrar en su austera vivienda, pegada a la iglesia, nos saluda la imagen sonriente del Che Guevara. Enfrente, un variopinto altarcito: la virgen de Guadalupe, el subcomandante Marcos y una fotografía de Olveira junto a Cristina Kirchner, Dilma Rousseff y Evo Morales.
            Antes de llegar a Maciel, Francisco realizó su labor pastoral en La Matanza, la ciudad más populosa de la provincia de Buenos Aires. «Allí, en el año 2000, antes de la crisis, lo que se discutía no era si había que ayudar a los adictos o prestar dinero para reparar viviendas. La gente pasaba hambre, algo que ahora no ocurre, y nosotros nos dedicábamos en cuerpo y alma a las ollas populares».
            Luego pasó fugazmente por la Villa 31, ese enjambre de chabolas incrustado en el centro de la capital. Pero de allí no salió muy bien parado. Y fue entonces cuando intervino el arzobispo Bergoglio. «Fue él quien me facilitó estar al frente de esta parroquia». El sacerdote malagueño recuerda que el arzobispo siempre trataba de ayudar a todos los curas. Y, como muchos otros críticos con el Vaticano, reconoce en el Papa a un renovador de la Iglesia. «No importa si hubo viraje o si siempre fue él mismo y ahora lo descubrimos. Lo que sí sé es que hoy me siento orgulloso de este Papa. Ojalá los poderosos de este mundo pusieran en práctica lo que él propone en lo social, con una clara condena del capitalismo, del neoliberalismo».
            Olveira no ha vuelto a hablar con Bergoglio desde que éste se convirtió en obispo de Roma. Pero sí le envió varios emails. Y Francisco le contestó. En uno de ellos, el cura malagueño le comentaba, medio en broma, que dejara casarse a los curas. Y ésta fue la respuesta del Papa: "Querido hermano Paco: no te imaginás la alegría que me diste con tus líneas [...] Y aprovecho también para agradecerte el testimonio de coraje que das (bueno, a veces te pasás de corajudo... pero esto también viene bien). Por favor, no te olvides de rezar por mí. Te recuerdo con afecto de hermano».
            Maciel. Un nombre maldito para muchos, impregnado de estigmas que el padre Francisco va relativizando mientras camina por el barrio y va mostrando algunas de las viviendas rehabilitadas con la ayuda de su fundación. La droga es una realidad, pero el narcotráfico no está implantado como en otras villas miseria de la capital: «Acá no hay cocinas de paco [crack]». La inseguridad ha sido otra marca de identidad de la isla y, aunque ha descendido, todavía hay cientos de jóvenes desocupados sin oficio ni beneficio.
            No, Maciel no es el infierno. Pero nadie parece dar un peso por esa esquina desgajada del sur de Buenos Aires donde hoy viven unas 10.000 almas. La fundación de Olveira se financia con ayudas del Estado y donaciones privadas, algunas de ellas provenientes de particulares de España. Así lograron construir la sede social en un terreno del obispado y sacar adelante el Hogar de María, el centro donde atienden y apoyan a un buen puñado de drogodependientes. «Ningún pibe nace para chorro  [delincuente]», se lee en un cartelito pegado en la pared de la casa de Olveira. Y él lo repite varias veces durante la charla«Hay que darle una oportunidad a la gente». El cura malagueño lleva haciéndolo de palabra y de obra desde hace tiempo. No en vano, la Isla Maciel, maldita o no, es su lugar en el mundo.

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