Esbozo biográfico

  Sor Lucía Caram, OP

Pero, ¿quién fue Catalina de Siena? Catalina nació en el año 1347, el 25 de marzo, día de la Anunciación de la Virgen, que ese año, coincidía con el Domingo de Ramos[1], en una casa de la calle de los Tintoreros, en el barrio de Fontebranda. Sus padres Jacobo Benincasa, tintorero de pieles, hombre devoto, de quien heredó la piedad sincera y la dulzura,  y de Lapa Piacenti, de la que heredó la energía y el tesón, aunque hay que reconocer que de manera más virtuosa. Matrimonio honrado que vivía holgadamente.

Catalina que tuvo una hermana gemela Giovanna, que murió poco después, es la vigésima cuarta hija de los veinticinco hijos que tuvieron sus padres. Su madre pudo criarla personalmente, cosa que no pudo hacer con los otros hijos a causa de sus frecuentes partos. Esto, en cierta manera la vinculó más a su hija, queriendo ejercer en ella una influencia excesiva.

Coinciden sus biógrafos en destacar que era una niña alegre y bulliciosa, y en que su encanto le hacía ser el centro del cariño del círculo familiar y de las amistades. Entre el año 1353-1354, cuando contaba con cinco o seis años, hay un hecho significativo en su vida, lo que la teología moderna llama “la experiencia fundante.”[2] Tiene una visión de Jesucristo, y poco después hace su voto de virginidad. Pero sobre esto volveremos.

A partir de entonces y hasta los 15 años lleva una vida de oración intensa y de sacrificios. Esto acompañado por la lucha familiar por encontrarle marido y su resistencia.

Un año más tarde ingresa como Mantellate, o Hermanas de la Penitencia de Santo Domingo. Estos años se caracterizan por una intensa vida espiritual, en la que se afianza su relación con Jesucristo, y su fe se ve acrisolada por las sutiles tentaciones.

Sufre difamaciones y calumnias. Se va creando su familia espiritual: Se convierte en consejera de religiosos y nobles, laicos y gente de toda condición.

A la edad de 20 años, tiene la experiencia del desposorio místico con Jesucristo, que la confirma en su fidelidad. Tres años más tarde, cree haber muerto, y despierta con la claridad de los nuevos senderos que le manifestó Dios: Su espíritu experimenta una imperiosa sed de la gloria de Dios y se acrisola su amor a la Iglesia. En esta etapa de madurez, 1371-1372, comienza su actividad política debiendo salir a la luz pública.

Ante su fama creciente, el Capítulo de la Orden de Predicadores reunido en Florencia, la llama para examinarla, y se le asigna como director a Raimundo de Capua, dominico que llegaría a ser Maestro de la Orden y discípulo de la santa. Regresa a Siena –1374- y se dedica en cuerpo y alma a la atención a los enfermos a causa de la Peste Negra. Hasta su muerte será embajadora de la paz entre las ciudades italianas entre sí, y de éstas con el Papa. Intercedió para que éste regresara a Roma.

El 29 de abril de 1380, muere en Roma, ofreciendo su vida por la Iglesia que está dividida por el Cisma de Occidente.

[1] Jörgensen, dice que mientras en la Iglesia resonaba el “bendito el que viene en nombre del Señor”, de la liturgia de ese día, la Iglesia, saludaba a la más ilustre hija de Siena, a la más amante esposa de Cristo, Benedicta quae venit.... Santa Catalina de Siena, Fontis, Buenos Aires p.31.

[2] Irrupción de Dios en la vida humana, en la existencia personal. Experiencia marca la vida de tal forma que podemos hablar de un antes y un después. La experiencia fundante, es una experiencia contemplativa.