Dom
6
Sep
2015

Homilía XXIII Domingo del tiempo ordinario

Año litúrgico 2014 - 2015 - (Ciclo B)

Hace oír a los sordos y hablar a los mudos

Pautas para la homilía de hoy

Reflexión del Evangelio de hoy

  • La cobardía de corazón

La primera lectura del profeta Isaías está destinada a los cobardes de corazón, es decir, a aquellos carentes de fortaleza y confianza (sed fuertes y no temais). El miedo causa inseguridad y desconfianza tanto en uno mismo como en los otros. Los cobardes de corazón son aquellos que prefieren vivir en una falsa seguridad, la cual les impide ser conscientes de la presencia iluminadora de Dios en medio de sus vidas.

Frente a esta cobardía de corazón, el profeta Isaías elenca los signos a través de los cuales se puede percibir que Dios en persona está llegando: los ojos del ciego se despegarán, los oídos del sordo se abrirán y la lengua del mudo cantará. Es decir, el gran signo de la llegada de Dios es el brotar de la vida, lo reseco se vuelve frondoso por la presencia de Dios. La llegada de Dios conlleva el retroceso de la cobardía, de la inseguridad. A mayor presencia de Dios en nuestra vida, mayor confianza y seguridad adquiere nuestra vida, ya que pasamos de confiar en nosotros a confiar en Dios.

  • Le fe está reñida con las afinidades

En la segunda lectura, encontramos una vivencia personal de Santiago que le está haciendo sufrir. Santiago se ve en la obligación de expresar su malestar y de amonestar a la comunidad creyente para que ese comportamiento no se siga repitiendo: “no juntéis la fe en Nuestro Señor Jesucristo glorioso con la acepción de personas.” Es decir, la fe no se mueve por la tendencia humana de la afinidad. En la comunidad creyente, los grupos espontáneos hechos de afinidades comprometen la justicia fraterna y la unidad teologal. La comunidad creyente no se puede construir en función a las afinidades personales o a lo que me agrada o no me agrada… esta forma de construir la Iglesia o cualquier tipo de comunidad ponen en riesgo la justicia fraterna y la unidad que da la fe, la unidad teologal. La afinidad es el cemento con el que se construye la sociedad humana; la fe, la esperanza y el amor son el cemento con el que se construye en la tierra la Jerusalén celeste.

  • Effetá

Si, en la primera lectura, el profeta Isaías nos describía los signos de la llegada de Dios en medio de nosotros, en el Evangelio de este domingo encontramos a Jesús actualizando (poniendo en obra) uno de esos signos: la curación de un sordomudo. Ahora bien, resulta curioso un hecho de este relato evangélico: la gente lleva a Jesús este sordomudo para ver qué puede Jesús hacer con él. La gente está deseosa de ver el poder de Jesús. Sin embargo, Jesús aparta al sordomudo de la gente para que este no sea manipulado por la gente. Jesús parecer no querer curar al sordomudo para que éste se convierta en un teatrillo para la gente. El signo no es para la gente sino para el sordomudo. De hecho, Jesús amonesta a la gente para que no malinterprete el signo que ha hecho. Jesús no actúa por complacer a la gente sino por hacer patente lo verdaderamente real: la presencia de Dios. La gente no ve en Jesús el desquite de Dios, la presencia de Dios, sino la presencia de una mago, de uno que tiene poderes para curar.

Por eso, esta curación más allá de poner de relieve el poder sanador de la palabra y los gestos de Jesús, quiere manifestar la presencia de Dios en Jesús: Dios Padre alcanza a la humanidad a través de Jesús. Nuestra limitación humana nos lleva a lo vivir en lo sensorial, es decir, a vivir desde a fuera hacia dentro, en el mejor de los casos. Por ello, nos gustaría tener una experiencia de Dios sensorial, es decir, a través de los sentidos; pero la presencia de Dios no es sensorial, no es manipulable por nuestros sentidos… La presencia de Dios es objetiva y real en Jesús. Si Jesús puede curar no es porque él haga conjuros o magias, porque Él manipule a las fuerzas de la naturaleza a su antojo… sino porque Jesús es la presencia de Dios en nuestro mundo. Y frente a Dios, la fuerzas del mal, la muerte, la oscuridad, la no-vida, la inseguridad, la cobardía… va cediendo su terrenos a la vida que trae Dios. He aquí la palabra poderosa de Jesús que dice: ¡Effetá!, ábrete a Dios, ábrete a vivir la vida desde dentro hacia fuera y no al contrario.