Dom
6
Dic
2015

Homilía II Domingo de Adviento

Año litúrgico 2015 - 2016 - (Ciclo C)

Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos

Pautas para la homilía de hoy

Reflexión del Evangelio de hoy

El texto evangélico de hoy se abre con la presentación de Juan el Bautista en un contexto histórico preciso: el del emperador Tiberio, el gobernador Pilato y los tetrarcas Herodes, Filipo y Lisanio, que junto con los sumos sacerdotes, Anás y Caifás, nos datan el momento en que el hijo del sacerdote Zacarias, un hombre muy poco convencional y ubicado muy lejos de los centros del poder político y religioso, recibe el mensaje de Dios e invita a un bautismo de conversión.

Esta lejanía del poder, presenta a Juan con estilo profético, resaltando así el contraste entre la solidez institucional, política y religiosa del momento, con la sencillez austera y el silencio del desierto, marcando el ocaso del tiempo de Israel, y preparando el de la comunidad que llegará hasta el final de los tiempos y que inaugura Jesús. La Ley y los profetas llegan hasta Juan, a partir de ahí, se auncia el Reino de Dios. Este anuncio de Juan, evocador del exodo de Israel, es una invitación a romper con una forma de esclavitud y abrazar la libertad. No supone un cambio institucional todavía pero si una ruptura con lo anterior. Ésta, Juan la expresa con el bautismo: la muerte a un estilo de vida y el renacer a una vida nueva.

Es tiempo de preparación, por lo tanto, de cambio, de apertura a lo nuevo, de esperanza y, sobre todo, de búscar en las manifestaciones y los signos que acompañan estos nuevos tiempos. Apertura al futuro, pero un futuro que hay que desvelar porque lo que hoy se entiende como tal es un horizonte muy confuso. Se han perdido las fantasías de un mundo mejor, el futuro se ha reducido al progreso tecnológico y ya nadie cree en las promesas de un mundo felíz cansados de que sirvan como coartada para nuevas formas de sometimiento económico, político y religioso.

  • “Una voz grita en el desierto”

Juan se retira al desierto a escuchar la palabra de Dios. El verbo viviente de la religión, es siempre una palabra hablada; no es leyendo la Escritura, sino escuchando la Palabra como se nos desvela la voluntad de Dios. Sin la dimensión mística, las religiones pierden el alma: “Dichosos los que escuchan la Palabra de Dios y la ponen en práctica” (Lc, 11,28).

Juan se retira a escuchar en el silencio, éste forja el sentido de nuestra búsqueda, en cambio, lo abandonamos echándonos en manos de una superficialidad bana e insulsa, revestida de ruido a todas horas y en todas partes, para no tener que pensar.

Pero es en la escucha donde percibimos el discurso de Dios, y en él aprendemos que la nuestra no es una escucha pasiva, sino un don que se hace realidad en cada uno por medio de la gratuidad. Dios tiene una Buena noticia para nosotros que abiertos a la escucha y atentos en el silencio nos permite crecer en la fe, caminar sin miedo en la esperanza realizando ese proyecto siempre abierto y siempre posibilidad, y hacerlo en la comunidad de amor que trata de ser la Iglesia: “Yo soy el camino, la verdad y la vida” dice Jesús. La Iglesia quiere ser ese camino que nos lleve a la verdad de la vida. Pero para ello, ha de ser una Iglesia en escucha, asentada en la roca firme. De esa, es de la que Jesús dice lo mismo que le dijo a Marta: “María, ha elegido la parte buena que no le será quitada” (Lc. 10,42).

  • “Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos”

Lo deciamos, es tiempo de preparación y de cambio, de apertura a lo nuevo, de buscar en los signos de estos tiempos nuevos. Allanar los senderos no quiere decir buscar un pensamiento único, uniforme e igual. Eso es lo propio de estos tiempos, pero lo nuevo es buscar en la interioridad, entrar en uno mismo, evaluarse y juzgarse. Encontrar en la experiencia ese nexo que hay entre la conversión del corazón y la relación social y política. Una relación nueva entre los seres humanos, los pueblos y las naciones no puede darse sin la reconciliación social y política, sin el intento y la búsqueda de la paz.

  • A los 50 años de la terminación del Concilio Vaticano II

El día 8 de diciembre, celebramos los 50 años de la finalización del Concilio Vaticano II. Aquella fecha de 1965 marcó un momento de cambio y de esperanza en todo el mundo católico. Los años inmediatamente posteriores a ese evento se caracterizaron por la construcción de una nueva realidad eclesial que, no exenta de esfuerzos y de trabajo, descubría con ilusión nuevas formas de escuchar la Palabra de Dios y, desde ella, de dialogar con el mundo moderno en toda su complejidad. Con los años fue disminuyendo esa intensidad conciliar y apareciendo una realidad eclesiaI más centrada en las seguridades y más preocupada también por las formas restauracionistas que por el espíritu del Vaticano II.

Hoy por el contrario, nos abrimos a una nueva esperanza en la celebración de la clausura del Concilio, el clima eclesial ha empezado a cambiar. ¿Qué ha sucedido para que nuestra celebración hoy pueda ser más gozosa y abierta a nuevas expectativas? ¿Qué vemos hoy que no veíamos hace unos años?

Hoy sentimos el comienzo de una nueva andadura. Un nuevo camino que todavía es muy incipiente pero que empieza a sonar con otra música. La primera estrofa de esta nueva melodía se anunciaba la tarde noche en la que el papa Francisco aceptó liderar los caminos de la Iglesia y pronunció desde el balcón de San Pedro: “No tengáis miedo a la ternura y a la bondad” Y reconocía a los pocos días que la Iglesia se había quedado sin respuesta para las nuevas preguntas, convertida en un “museo de antigüedades”. Era una estrofa que heredaba la historia callada y resistente de tantos hombres y mujeres, comunidades religiosas y organizaciones seglares que nunca renunciaron a los impulsos conciliares y se mantuvieron fieles a las inspiraciones evangélicas provocadas por el Concilio Vaticano II.