Dom
4
Ene
2015

Homilía II Domingo de Navidad

La Palabra se ha hecho carne y acampó entre nosotros.

Introducción

No cabe la menor duda de que la “palabra” es el instrumento más asequible para la comunicación entre las personas. La “palabra” transmite pensamientos, sensaciones, estados de ánimo y, sobre todo, la cercanía o el distanciamiento entre las personas. Sin embargo, sobre el valor de la “palabra” en las relaciones sociales, hemos escuchado con frecuencia expresiones como “las palabras se las lleva el viento”, “obras son amores y no buenas razones”, etc.

Con estas expresiones se quiere significar que las buenas palabras, los buenos propósitos y las halagüeñas promesas son fáciles de pronunciar, pero difíciles de poner en práctica, cuando lo que todos buscamos en la vida son “hechos”, “hechos”, y no hueca palabrería. Las buenas “palabras”, si no van acompañadas de obras, suelen carecer de valor en nuestras relaciones humanas.

Sin duda todos hemos advertido que en la liturgia del Tiempo de Navidad, que estamos celebrando desde el día 25 de diciembre, se repiten una y otra vez algunos textos. Diríase que el hecho de que el Hijo de Dios haya nacido en carne humana es un misterio de dimensiones tan por encima de las posibilidades de la mente humana que, con la repetición de algunos textos, lo que pretende la Iglesia es favorecer el que los cristianos nos empapemos a fondo del mensaje principal de este misterio, a saber, que Dios se ha encarnado, que Dios se ha hecho hombre en carne humana.

Esta afirmación vuelve a ocupar el centro de la celebración de la Misa de este domingo. Las tres lecturas proclaman la misma verdad de fe. Dios quiere morar entre los hombres (1ª lectura); se introduce en la historia humana asumiendo los caracteres propios de la condición humana (2ª lectura); y se presenta ante el mundo con un cuerpo carnal como el de cualquier otra persona (Evangelio). “La Palabra se ha hecho carne y acampó entre nosotros”. Para la liturgia de hoy, así se ha realizado la “Encarnación”.