Dom
30
Nov
2008

Homilía Domingo Primero de Adviento

Año litúrgico 2008 - 2009 - (Ciclo B)

Velad, pues no sabéis cuando vendrá el dueño de la casa

Introducción

Introducción al adviento

Un nuevo año litúrgico comenzamos. Cuando se dice “nuevo” no hay que entender “otro año más”, quedándonos en la coherencia cronológica. Lo de “nuevo” ha de indicar lo que la misma palabra indica: lo que no teníamos hasta ahora se nos ofrece. La liturgia ayuda a ello al hacernos pasar de un año litúrgico que corresponde al ciclo A, a un nuevo año que corresponde al ciclo B. Ese cambio de ciclo implica cambio en la Palabra de Dios que ha de guiar nuestra reflexión y nuestra oración, más aún nuestra vida  en este año que empezamos.

Y lo empezamos con el tiempo de Adviento. Esto no es nuevo, cada año empieza con ese tiempo. Pero también en el Adviento tenemos lecturas propias del ciclo B. Eso sí, con el mismo objetivo de los tres ciclos: iniciar el año litúrgico poniendo en el centro a Cristo. En el Adviento suscitando nuestra necesidad de él. Sintiendo la urgencia de su presencia como Mesías que tenían  las figuras del adviento,  Isaías y Juan Bautista. Y disponiéndonos para sentirle entre y dentro de nosotros, como la otra gran figura del adviento, María. Nos preparamos  para acoger a Cristo el Liberador, el Mesías, el ejemplo perfecto de nuestra condición humana, desde la convicción de que a él hemos de dar cuenta de nuestra vida, en su segunda y definitiva venida. Para asegurarnos éxito y premio en esa segunda venida  se hizo presente en la primera: recibirle adecuadamente en la primera –tener hambre de él- es asegurarnos su acogida cuando nos presentemos ante él. ¡Buen adviento!

 

 

Fray Juan José de León Lastra
Coordinador de la página de predicación

 

 

Introducción al Domingo Primero de Adviento

El estado de vigilia es propio de las almas enamoradas. Cuando se vela por obligación, los párpados se cierran y el tiempo se hace pesado…Deseamos que alguien nos haga el relevo en  lugares o circunstancias que requieren de nuestra vigilancia. El Amor, por el contrario, no puede hacer otra cosa que velar. Algunas obras de la literatura universal, ilustran esta afirmación: “Duerme tú, Sancho –respondió Don Quijote-, que naciste para dormir; que yo nací para velar…” (Cervantes, Don Quijote de la Macha, capítulo LXVIII) Y es el amor  a Dulcinea el que le mantiene despierto y le lanza a la aventura de devolver  la esperanza y la ilusión a un mundo colmado de “entuertos”.

El Adviento es una llamada a no dormirnos - como Sancho-  en una vida cristiana cómoda y aletargada.  A preparar todo nuestro ser de cara al encuentro con el Señor que viene. Esta preparación reclama apertura, imaginación, poner al servicio de los demás los dones recibidos, privilegiar la atención a los más pobres y golpeados de nuestro mundo. En todo caso, reclama nuestro compromiso.

La liturgia de este domingo, de manera especial, nos invita a tomar conciencia de que nuestra vida es un perenne adviento. Nos exhorta, también, a esperar la manifestación de nuestro Señor Jesucristo, con una auténtica espiritualidad de conversión. A  cultivar la nostalgia de que Él esté presente en nuestras personas y en nuestro mundo: “¡Ojalá rasgues los cielos y bajes!