Dom
22
Jun
2014

Homilía Corpus Christi

Año litúrgico 2013 - 2014 - (Ciclo A)

El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna

Pautas para la homilía de hoy

Reflexión del Evangelio de hoy

Un acercamiento sincero a nuestra realidad parece permitir afirmar que nos encontramos en momentos difíciles para la eucarística. En poco tiempo hemos sido testigos de un indudable descenso de la participación de los fieles y de una cierta desafección (de los de fuera y de los de dentro) hacia la celebración litúrgica de la misa. Y esto, cuando seguimos afirmando que en la eucaristía se expresa y realiza todo lo que somos como comunidad cristiana, que es su centro y su cumbre.

Las preguntas se suscitan por sí mismas. ¿Son todo lo que celebramos “verdaderas” eucaristías? ¿Hemos sabido educar a las comunidades cristianas en el sentido y actualidad de la Cena del Señor?...

  • Memoria y Profecía

Celebrar la Cena del Señor es sin duda un acto de la memoria. Los creyentes nos incorporamos a aquel gesto en el que Jesús resume sus signos y su mensaje acerca del Reino de Dios, asociándonos a su vida y destino. “Hacemos aquello en memoria suya” porque nos sentimos herederos de su promesa y continuadores de su misma tarea.

Sin embargo, entender la mesa del Señor únicamente desde los parámetros del recuerdo –aún cuando sea un recuerdo agradecido- resulta reductivo y excluye gran parte de su potencialidad.

En clave creyente, la eucaristía ha de proyectarse hacia el futuro, convertirse en profecía, no sólo porque anticipa la muerte del Señor, sino más bien porque la explica y llena de contenido. Más allá de un acto cultual, el creyente acepta vivir bajo el signo de la cruz y la esperanza de la resurrección. Se descubre el sentido de la vida (la de Jesús y la nuestra) en la entrega por amor a los demás. (cf. Gustavo Gutiérrez).

  • La pregunta por los ausentes

De la celebración de la Eucaristía nace la construcción de la comunidad humana y de la comunidad de la Iglesia. La comida común reconstruye la unidad y la solidaridad perdidas y dirige en la perspectiva del Reino a todos los seres humanos.

Reunidos en torno a la mesa del Señor se hace posible la comunicación, compartir una misma suerte y una misma esperanza y salir al encuentro de aquellos que todavía no han encontrado un sitio entre nosotros.
La Eucaristía, signo de la presencia del Señor, promueve la fraternidad de quienes nos reunimos en su nombre, pero ha de llevarnos necesariamente a preguntarnos también por quienes aún están ausentes.

  • Construyendo espacios de Esperanza

En la fiesta del Cuerpo y Sangre de Nuestro Señor, Día de la Caridad, Cáritas nos recuerda que en estos tiempos en los que de tantos modos los más débiles son despojados de su dignidad, de su “apariencia humana”, la Iglesia ha de aparecer ante el mundo como un espacio capaz de reconstruir aquello que mejor nos construye como personas: la esperanza. En palabras del Papa Francisco, nuestro mundo “está necesitado de respuestas que alienten, que den esperanza, que den nuevo vigor en el camino. La Iglesia tiene que ser el lugar de la misericordia gratuita, donde todo el mundo pueda sentirse acogido, amado, perdonado y alentado a vivir según la vida buena del Evangelio.” (EG, 114)
De aquí nace el imperativo evangélico de la Caridad, que deviene solidaridad comprometida. Celebrar la entrega desinteresada de Jesús de Nazaret -su cuerpo entregado, su sangre derramada- nos hace volver la mirada hacia tantas víctimas de un modelo social y económico radicalmente injusto que sigue condenando a millones arrastrar la cruz de la miseria y el desprecio.

En el día de la Caridad se nos invita a ser “cirineos”, a poner nuestros esfuerzos al servicio de la causa del Reino para aliviar el sufrimiento de tantos.

  • En clave de Resurrección

Es el Señor resucitado quien se hace vivo y presente en la Eucaristía, ofreciéndose como pan compartido para la vida eterna. Celebrar la eucaristía en esa clave de resurrección es sentirse urgido a alzar la voz en favor de la vida allí donde no hay más que muerte y desesperación. Es hacer realidad la voluntad del Dios que resucita a su Hijo para mostrarnos la victoria de la justicia de Dios sobre la injusticia humana.