Dom
21
Ago
2016

Homilía XXI Domingo del tiempo ordinario

Año litúrgico 2015 - 2016 - (Ciclo C)

El Señor atraerá hacia sí a todas las naciones

Pautas para la homilía de hoy

Reflexión del Evangelio de hoy

  • El Señor atraerá hacia sí a todas las naciones.

La lectura del profeta Isaías es prácticamente el final del libro (de la tercera parte o Trito-Isaías). La profecía nos habla de la nueva Jerusalén, de unos cielos nuevos y una nueva tierra, que Dios va a crear. En ella reunirá no sólo a los israelitas que vuelven del destierro, sino también a gentiles venidos de todas las naciones. Ya no habrá diferencia entre unos y otros, todos adorarán a Dios en pie de igualdad, presentando ofrendas o sirviendo como sacerdotes y levitas. Y en esa nueva Jerusalén, los malvados no tendrán sitio. El Evangelio de hoy nos recuerda cómo con Jesucristo la profecía de Isaías se ha cumplido.

La salvación no es un privilegio reservado a unos pocos. Por eso, “anunciarán mi gloria a las naciones”, dice Dios por boca de Isaías, palabras que resuenan en el Salmo hoy proclamado. Saberse salvado por Dios es inseparable de querer la salvación de los demás. Decía Santo Tomás de Aquino que no se puede amar a Dios si no se ama lo que Él ama. ¿Cómo puede alguien pensar que Dios está presente en su vida si no le importa su prójimo? El mandato de predicar el Evangelio a todo el mundo hunde sus raíces en el amor, y no en una pretendida conciencia de superioridad.

  • La salvación no es una “cosa” a poseer, sino una “relación” a vivir.

La soberbia de creerse superior espiritualmente a los demás nos aleja del amor y, por tanto, de Dios. Jesús censura una vez más la religiosidad de los fariseos que creen ser destinatarios por derecho propio, como descendientes de Abraham, de la salvación. No comprenden que la salvación consiste en la aceptación libre de la relación de amistad que Dios nos brinda gratuitamente simplemente porque nos ama, a todos sin distinción, seamos como seamos. No comprenden que es un don al que debemos abrirnos y no el premio por cumplir las reglas de un club selecto.

“¿Serán pocos los que se salven?” La pregunta que le dirigen a Jesús es la clásica pregunta, legalista, farisaica. ¿Qué interés puede tener saber la cantidad de los que se van a salvar si no es para calcular la probabilidad de salvarse y el esfuerzo requerido para ello? Corresponde a una visión mercantilista e individualista de la relación con Dios. Es no haber entendido nada del mensaje de Jesús. Por eso, como en tantas otras ocasiones, Jesús no responde directamente a su interlocutor, sino que lo hace rompiendo el marco de referencia desde el que éste se sitúa, cambiando totalmente la perspectiva. Y lo hace recurriendo a la imagen del banquete, símbolo de fraternidad y de comunión de vida y amor: “se sentarán a la mesa en el Reino de Dios”.

  • Autenticidad frente a cumplimiento.

Sin embargo, uno puede haber comido y bebido con alguien, incluso puede haber ido a escucharle, sin que ello suponga llegar a entablar una relación de amistad con él, sin llegar a conocerle, simplemente movido por la curiosidad o por el deseo de prestigio que ello pudiera acarrear. Una vez más el Evangelio nos advierte: no se trata de lo externo, sino de lo que hay en el interior. Ese es el esfuerzo al que nos llama Jesús, a no quedarnos en lo superficial. Por eso avisa a los fariseos -con los que ha comido y bebido y en cuyas plazas ha predicado, y que se consideran elegidos (fariseo significa “separado”) frente a pecadores y gentiles- de que “hay últimos que serán primeros, y primeros que serán últimos”. En cuanto a la mención de Jesús a “la puerta estrecha”, sencillamente se trata de una referencia implícita (a modo de anáfora) a la pregunta que inmediatamente se le ha dirigido.

¿Acaso son malos los fariseos? No. Simplemente razonan desde un enfoque equivocado: el del cumplimiento de la Ley. Bien podríamos ser nosotros, cristianos del siglo XXI, los destinatarios de las palabras de Jesús por cuantas veces levantamos muros para separar a “puros” de “impuros” en lugar de responder desde la misericordia, o por las veces que creemos haber “ganado” la salvación al cumplir normas y preceptos.