Dom
20
Jul
2014

Homilía XVI Domingo del tiempo ordinario

Año litúrgico 2013 - 2014 - (Ciclo A)

El que tenga oídos, que oiga

Pautas para la homilía de hoy

Reflexión del Evangelio de hoy

El grano de mostaza.

Esta parábola indica el ritmo de crecimiento, de transformación y consolidación de la Iglesia del reino. En la diminuta semilla de mostaza se encierra algo inmensamente grande, que irá creciendo de a poquito, al abrigo de la tierra fecunda.

La pequeñez se transfigura en grandeza, la humildad en exaltación; en el reino los últimos son los primeros, los poderosos son los últimos, los que pierden su vida, la ganan. Todo esto acontece en la Iglesia del reino. Esta parábola sugiere algunos rasgos que han de configurar el rostro de la Iglesia del reino. He aquí algunos:

  • La pequeñez e insignificancia como garantía y augurio de crecimiento y consolidación. La Iglesia del reino se amolda a gusto en lo pequeño; no tiene aspiraciones de grandeza ni afanes de poder porque quiere ser decididamente sacramento de Cristo entre los hombres; quiere “parecerse a Jesús”, que a pesar de su condición divina, se vació de sí mismo, se hizo esclavo y obediente hasta la muerte (Cf Fil 2, 5-11). No es una Iglesia presuntuosa ni vanidosa porque es consciente de que, como Jesús, ha nacido en la pobreza. Sabe que ella es la comunidad de los pobres, porque a ellos les pertenece el reino (Mt 3,3). Está dichosa de ser pobre y de parecerlo. Cuando esta Iglesia hace memoria de sí misma, de sus orígenes, recuerda que fue como una semilla de mostaza, tan minúscula como prometedora. No se acomoda a la mentalidad este mundo, sino que se transforma interiormente con una “mentalidad nueva” para discernir la voluntad de Dios, lo que res bueno, y aceptable y perfecto" (Cr Rm 12, 2).
  • Se hace un árbol, vienen los pájaros y anidan en sus ramas. La semilla de mostaza es potencia de vida, vigor exuberante. Poco a poco, de acuerdo a su propio ritmo lento pero firme, crece y se hace arbusto. La Iglesia del reino no atropella los ritmos vitales de sus comunidades sino que los cuida atentamente; tampoco se saltea las etapas precisas de su misión evangelizadora. No busca “lo eficaz” ni “lo pragmático” -tantas veces irrespetuoso e incluso, violento- sino que atiende con cuidado y responsabilidad a los “tallos” verdes que brotan porque son vida y, además, primicias y promesas del reino.

El trigo y la cizaña

La Iglesia del reino -la que es trigo bueno- ha aprendido a convivir pacientemente con la cizaña. No se precipita en arrancarla, sino que espera al final de la cosecha. No es que la Iglesia del reino desconozca, o no le importe la cizaña, sino que con paciencia y esperanza, intenta que, mientras el trigo y la cizaña germinan juntos, La cizaña se marchite y el trigo crezca. La iglesia del Reino imita la paciencia Dios; no juzga las conductas de los hombres con ligereza porque, como Jesús, no ha sido enviada para juzgar sino para salvar. El juicio ocurrirá al final del tiempo, cuando los cosechadores arrancarán la cizaña y la echarán al fuego; cosecharán el trigo y lo guardarán en los graneros del reino.

La levadura en la masa

La Iglesia del reino está inmersa en las realidades cotidianas de este mundo. No puede vivir separada, al margen de ellas y, menos aún, en contra de ellas. Es la “Iglesia en el mundo” del Vaticano II. Esta Iglesia pequeña es como un puñado de fermento mezclado con las realidades de este mundo: políticas, culturales, económicas, sociales. Es la levadura nueva de la Pascua -la “levadura de la sinceridad y la verdad”- que fermentará la “masa nueva”, el reino de Dios. (Cf 1Co, 5, 6-8).

La Iglesia del Reino, como fermento vivo, actúa lentamente en el mundo, tratándolo con la paciencia de Dios que, por ser eterno, no tiene prisas. Ella no compite con el mundo ni es su rival sino que lo ama entrañablemente y lo respeta en su autonomía de criatura de Dios. Es una Iglesia persuasiva, acogedora, compasiva, más preocupada por salvar al mundo que por juzgarlo (Cf Jn 12, 47) El juicio ocurrirá -asegura Jesús- al final del tiempo.