Dom
20
Nov
2016

Homilía XXXIV Domingo del tiempo ordinario

Año litúrgico 2015 - 2016 - (Ciclo C)

Éste es el rey de los judíos

Pautas para la homilía de hoy

Reflexión del Evangelio de hoy

1. Reconocer a Jesús, el Cristo, el Señor, como Rey, tiene un profundo sentido de identificarle como autor y señor de cuanto existe, con autoridad y poder sobre todo, pero así mismo, como servidor de todo. Y es que aunque la figura y la imagen del Rey no goza en nuestra cultura actual de buena prensa, de un reconocimiento popular, aunque demasiadas veces se ha identificado con el abuso, la ostentación y un señorío nominal y político, pero vacío, el título de Rey que la tradición y la cultura cristiana le ha dado a Jesús, no es, obviamente, como los reinos ni los reyes de la tierra.

2. Primeramente, que en la cultura cristiana se haya dado ese título a Jesús, ha sido fruto de un reconocimiento y una mediación cultural clara. Los reyes eran quienes más honor, reconocimiento y servidumbre recibían, quienes más altos estaban y quienes más aprecio y vasallaje debían tener. Nombrar a Cristo como Rey, era pues señalar que era Jesús el Cristo, quien merecía ese honor, ese reconocimiento, esa servidumbre y ese vasallaje... por encima de los reyes de la tierra.

3. Así mismo, no faltaron momentos en la historia, en los que la figura del Rey era tenida como la del abogado de los más débiles, el apoyo y la única instancia de justicia frente a abusos y crímenes, el juez justo y compasivo que protegía a quienes más lo necesitaban. Que esa figura regia y justa se diera en la historia o no, no es al caso, lo que sí es importante, es que en el imaginario cultural más tradicional, el rey era la más alta dignidad merecedora de reconocimiento por ser el padre de los pobres, juez justo y compasivo frente a los abusos, instancia última de apelación ante las humillaciones, imagen de todas las virtudes humanas. De ahí bebe pues este título que damos hoy a Jesucristo como Rey, de esa cultura en la que el Rey era una figura idealizada de honor, virtud y justicia.

4. Aunque es igualmente evidente, que Jesucristo Rey, no lo es en lo más mundano y político de la comprensión de esa denominación. Es un rey cuyo trono es una cruz, cuya púrpura es la sangre y cuya corona es una tortura de espinos y heridas. El evangelio de hoy lo muestra claramente. No es Cristo un rey que ejerce su autoridad con poder, abuso y dominio, con fuerza y violencia, sino que muestra su máxima fortaleza y autoridad, en la humillación del entregado y vencido. La cruz como necedad incomprensible. Y aun así con una inmensa grandeza fruto del amor y la bondad de quien se entrega, del sentido profundo de esos abrazos abiertos que acogen a todos, que son un signo de perdón y reconciliación, de justicia y libertad para todos los que se acogen a su amor.

5. La fiesta de hoy tiene también algo de Cósmico, de reconocimiento de que, en esa figura torturada y moribunda, en esa cruz tortura de sangre y dolor, sucede mucho más de lo que aparentemente se ve. Conclusión de todo el recorrido vital de Jesús, de su mensaje de construcción del Reino, de conversión, justicia, fraternidad y libertad, de su mensaje de amor, bondad y espiritualidad, de su denuncia de injusticias, abusos y manipulación del nombre de Dios por las autoridades religiosas y políticas de su tiempo, la cruz de Cristo que no puede disociarse de su mensaje, es también el lugar en el que todas las cosas se reconcilian, se unen y se renuevan.

6. Así nos lo recuerda el Apóstol Pablo en este himno oración de su carta a los Colosenses. En el drama de la vida, muerte y resurrección de Jesús, Dios quiso acabar con un mundo y con un modelo de persona, para renovar y reconciliar todo, para hacer nuevas todas las cosas. Cristo es el principio de todo, el primero, el primogénito, lo es de la Iglesia y de la nueva creación, es quien sostiene lo creado, es quien da sentido a cuanto existe. Es ese reconocimiento de su Señorío la otra dimensión del Reinado de Cristo. La comprensión cósmica de que Jesucristo es alfa y omega, principio y fin, señor de todo porque fue autor de todo y a la vez, reconstructor de todo. En Cristo, Dios ha reunido toda la creación, en esos brazos clavados ha recogido a toda la humanidad, a todo el tiempo, a todo cuanto existe, dándole una nueva dimensión y un nuevo sentido. Por eso Cristo es Señor y Rey. Y por eso esta fiesta tiene nuestro reconocimiento de esa dimensión de Señorío de Jesucristo.

7. Un reconocimiento, como el de los ancianos y autoridades de Israel a David cuando fue ungido éste como rey -que narra la primera lectura tomada del segundo libro de Samuel- que es fruto de la Fe. En el pueblo de Israel fe mostrada al acatar esa elección de Dios a David a través del profeta Samuel, para nosotros una fe que no se reduce al conocimiento racional o a la profesión de verdades, sino una fe futo de la experiencia de amor y relación con Jesús, el Señor. Esa experiencia y esa relación que a lo largo de todo este año litúrgico hemos recorrido y ahondado, en la que hemos profundizado y hemos celebrado, hemos orado y hemos experimentado.

8. Y, aun así, a nosotros, hoy, en pleno siglo XXI, ¿nos puede decir algo más esta fiesta? Reconocemos su señorío cósmico como Rey de todo cuanto existe, y sabemos que no es un rey como los reyes de la tierra, que su autoridad, esa que reconocemos tras la experiencia de tratarle y acompañarle en este año litúrgico que termina, es la de la entrega por amor total y absoluta. Pero... para nuestro día a día, ¿puede decirnos algo más esa Monarquía Real de Cristo?

9. Pues quizás algo mucho más sencillo de lo que a veces un título como el de hoy, que no deja de sonar grandilocuente, pudiera parecer. Y es que reconocer a Cristo como Rey, debiera hacernos a nosotros mismos vivir en ese “vasallaje”, en esa “servidumbre” de hacerle el centro de nuestra ocupación y preocupación. A un rey se le reconoce, reconocerle es acatarle, y acatarle en el fondo es vivir como él “manda”. Así pues, en el fondo, llamar Rey a Cristo, nos implica a vivir ahondando en la experiencia que nos permita reconocerle como tal, y a su vez a vivir en su ejemplo de entrega, tras sus pasos de amor, a vivir construyendo su Reino, implicados en que su monarquía de amor, justicia, libertad y fraternidad, se haga plena en nuestro mundo.