Dom
14
Dic
2014

Homilía III Domingo de Adviento

Año litúrgico 2014 - 2015 - (Ciclo B)

Estad siempre alegres… No apaguéis el Espíritu…

Pautas para la homilía de hoy

Reflexión del Evangelio de hoy

¿Hace sentido hoy algún “adviento” para el hombre y la mujer contemporáneos? ¿Qué esperamos, si es que esperamos algo? ¿Esperamos algo del futuro o estamos totalmente atrapados por el presente? En todo caso, el futuro, ¿es motivo de esperanza o de miedo en este mundo de desarrollo acelerado de la ciencia y de la técnica? ¿Hay razón para alguna esperanza que no se limite a las propias conquistas humanas, a la propia auto-realización? ¿Cabe en esta sociedad secular esperar que llegue alguien “mayor que yo”?

Lo más característico de los profetas judeo-cristianos era precisamente su capacidad para mantener viva en el pueblo la esperanza. Lo que les convertía en profetas de esperanza eran varios rasgos muy característicos.

1) Se colocan en segundo plano, fuera de todo protagonismo, para no oscurecer. “Yo no soy el Mesías”.
2) Sondean las semillas de esperanza que hay en una historia de aparente fracaso. “Como el suelo echa brotes, así el Señor hará brotar la justicia…”.
3) El que anuncia y trae el Año de gracia está ungido con el Espíritu de Dios. La salvación trasciende las propias fuerzas, las propias conquistas, la propia auto-realización. Hay, pues, motivos para la esperanza.

La gracia tiene un precio. Es mucho más fácil al ser humano acomodarse a la justicia que a la gracia, porque las personas en general están muy pagadas de sus méritos y sus derechos. “A cada uno lo suyo”. “Y el que la haga que la pague”. ¡Qué difícil es aceptar la gracia y todo lo gratuito! El amor desinteresado, el perdón, renunciar a la venganza y no tomar la justicia por propia cuenta, etc… Qué difícil es dar a quien no puede corresponder. Se requiere mucha humildad para vivir en gratuidad. Es el precio de la gracia. Pues, el que ha de venir ha sido ungido con el Espíritu del Señor para anunciar la salvación a los descartados y excluidos de la sociedad: “los que sufren, los corazones desgarrados, los cautivos, los prisioneros…”.

Y la esperanza auténtica no puede ser pasiva. Porque la gracia tiene un precio. Es mucho más exigente que la justicia legal. A quien nos ama, nos perdona o nos da gratuitamente, “nunca podremos pagárselo”. El año de gracia que se nos anuncia en el Adviento requiere en el pueblo mucha humildad, mucha apertura de espíritu, mucha disponibilidad para dejarse salvar. La predicación de Juan el Bautista no exige allanar los caminos para merecer que venga el Mesías; simplemente invita y urge a no poner obstáculos para que el Mesías pueda venir. “Allanad los caminos del Señor”. La gracia solo requiere como respuesta acogida agradecida.

“Estad siempre alegres”. Sólo desde la gratuidad y la esperanza es posible mantener la alegría en nuestro mundo. Por eso, la responsabilidad de la comunidad cristiana es muy grande a la hora de anunciar la Buena Noticia especialmente a los descartados y excluidos, pero también a los que se consideran salvados. De alguna forma, la comunidad cristiana debe considerarse responsable de “la alegría del Evangelio”. ¿Hay hoy profetas que anuncien “año de gracia” y den razones de la esperanza? ¿Se anuncian a sí mismos o señalan al que “es más grande que nosotros”? ¿Es capaz la comunidad cristiana de descubrir intervenciones de Dios y razones para la esperanza en medio de este mundo secular? Es necesario poner oración, que es la actitud de quien espera sin desesperar. Pero también es preciso poner justicia, respeto a la dignidad de las personas, derechos humanos, misericordia, compasión… Que se abajen las montañas de injusticia, de violencia, de exclusión, de descarte, de corrupción…