Dom
11
Dic
2016

Homilía III Domingo de Adviento

Año litúrgico 2016 - 2017 - (Ciclo A)

Él mismo viene a salvarnos

Pautas para la homilía de hoy

Reflexión del Evangelio de hoy

La identidad profética de Juan Bautista

El único de los profetas veterotestamentarios que tendrá la posibilidad de contemplar y señalar al Mesías será Juan el Bautista. Él es la voz profética que anuncia la inminencia del Reino y el advenimiento del Señor. Su expectativa mesiánica se centra en la liberación política y cultual que el Ungido del Señor va a realizar en el pueblo. Su conciencia de ser mensajero y portavoz lo hace asumir aquella esperanza en Yavhé que los anawin vivieron con fidelidad. Su compromiso con la esperanza de Israel lo llevó al desierto para predicar la conversión del corazón y, en consecuencia, de las estructuras. Como consecuencia de esta predicación y de una vivencia radical de la esperanza, fue encarcelado por quienes no quisieron abrir ni dejar transformar el corazón.

La identidad profética de Jesús

La persona de Jesús, su predicación, sus gestos y sus opciones, provocaron desconcierto en el Bautista. Su postura ante el poder político y ante el poder religioso era desafiantes. La expectativa mesiánica de Juan comenzó a ser confusa. ¿Se habría equivocado señalando a Jesús como el Cordero de Dios? ¿No era necesario que el Mesías mostrara su poder acabando con aquellas situaciones de injusticia que oprimían a Israel? Ante esta situación era necesario que Juan envíe a sus discípulos para clarificar la identidad de Jesús.

Si la identidad profética de Juan radicaba en ser una “voz profética”, la identidad profética de Jesús radicaba en ser “Palabra profética”. Son los signos que Jesús realiza los que confirman su identidad mesiánica. El encuentro con aquellas situaciones de miseria, enfermedad, pecado y exclusión, desde la misericordia y la compasión, confirman lo anunciado por el profeta Isaías: “Él mismo viene a salvarnos” (cf. Is 35, 4). Jesús de Nazaret es el rostro íntimo y personal de un Dios que no permanece indiferente ante el sufrimiento y el dolor humano.

La identidad profética del cristiano

La vida cristiana es profética por esencia. Donde hay un cristiano se tiene que notar la diferencia en la vivencia de su fe, de sus palabras y de sus gestos. Se trata de una forma de presencia cualitativa (no proselitista ni fundamentalista) que nos invita a ser portadores de esperanza y de buenas nuevas en medio de una sociedad que sutilmente va apostando por la instauración de un anti-Reino marcado por la marginación, la autorreferencialidad y la indiferencia.

La identidad profética del Bautista, confirmada por el mismo Jesús (cf. Mt 11, 9), nos recuerda que somos portavoces de Dios y que estamos llamados a preparar corazones y caminos de encuentro con el Señor. Nuestras palabras nos exponen hasta el riesgo de ser perseguidos por predicar a Jesús como “Verdad que nos hace libres” (cf. Jn 8,32). Callar implicará sacrificar la felicidad del prójimo.

La identidad profética de Jesús, nos invita a una predicación con palabras y gestos concretos que acorten distancias entre las vivencias radicalmente más complejas de las personas que sufren y el amor incondicional de un Dios que no permanece indiferente ante el misterio del dolor humano. Ser cristiano es asumir el desafío de convertirse en puente entre Dios y la humanidad. Ser canales de gracia con palabras que sanen, curen, perdonen; y gestos históricos concretos que recuerden a otros su vocación y su dignidad de ser imagen de Dios.