Dom
1
May
2016

Homilía VI Domingo de Pascua

Año litúrgico 2015 - 2016 - (Ciclo C)

Él será quien os lo enseñe todo

Pautas para la homilía de hoy

Reflexión del Evangelio de hoy

Este tiempo de Pascua nos evoca siempre el comienzo de la historia de las comunidades cristianas primitivas, sus primeros pasos, sus primeros balbuceos. No en vano, la Iglesia – afirmamos – nace de la experiencia de la Resurrección. Esta evocación viene corroborada por la liturgia que ofrece a nuestra consideración los relatos de los Hechos de los Apóstoles.

Una cuestión fundamental que se nos suscita en relación a estos comienzos es el tránsito entre las pequeñas comunidades campesinas surgidas en torno a Jesús – siempre en el contexto judeo-palestino – y las nuevas iglesias que se van formando por todo el imperio romano y que terminarán por convertirse en religión oficial del mismo. ¿Cómo explicar que aquel movimiento tan exiguo y tan provinciano, radicado en una región marginal del imperio encontrara aceptación entre gentes y lugares dispares y se multiplicase incesantemente?

Es la obra del Espíritu – afirmamos – sin la cual, nada puede florecer ni mantenerse. Y bien cierto es. Pero el Espíritu asiste - no reemplaza – las opciones del hombre y de la historia. Los estudiosos de la historia primitiva del cristianismo han identificado en la simplicidad de la propuesta cristiana una razón crucial para su aceptación y difusión por las grandes ciudades del imperio. En un auténtico mercado de religiones y filosofías que competían entre sí para conseguir adeptos, con sus fracasadas ofertas de bienestar y salvación, el modesto cristianismo se abre paso. Frente a la multitud de religiones tradicionales, con sus templos, sacerdotes, estatuas, y demás gravosas instituciones socio-religiosas, siempre unidas al poder; frente a la nueva pléyade de religiones mistéricas y sus ritos exóticos sólo aptos para iniciados; frente a las filosofías que ofrecían sabidurías de vida sólo asumibles para los que podían permitirse el lujo de vivir meditando; el cristianismo naciente se destaca por ofrecer una propuesta alcanzable y abierta a todos, fundamentada en la simplicidad de una mínima doctrina: la de la encarnación, muerte y resurrección del Dios-Hombre – el Kerigma – como propuesta de sentido para todo hombre; la unión a su muerte y resurrección por el rito sencillo del bautismo; y en la simplicidad de una praxis vital consistente, concentrada en el amor fraterno, también ritualizada en la práctica de la fracción del pan. “Hemos decidido,[pues], el Espíritu Santo y nosotros, no imponeros más cargas que las indispensables”.

Hoy, nuestro mundo global se parece mucho a ese mercado de las religiones del Imperio Romano… Aquel cristianismo incipiente ¿no tiene nada que enseñarnos hoy?

Una segunda cuestión crucial relacionada es cómo asegurar la fidelidad de todas estas nuevas comunidades dispersas por el Imperio Romano al proyecto originario de Jesús; cómo garantizar el que se mantenga en su pureza originaria.

Es la obra del Espíritu –afirmamos de nuevo –, que garantiza esa fidelidad; y, sin duda, de nuevo, decimos bien: “el Espíritu Santo que enviará el Padre en mi nombre, será quien os vaya recordando todo lo que os he dicho”. Pero, de nuevo, hemos de atender a la historia en la que el Espíritu despliega su acción. El cristianismo, en aquellos tiempos era un cristianismo en formación: estaba por hacer; pero, recuerda el poeta, “no hay camino; se hace camino al andar”. Y el Espíritu ha lanzado a la Iglesia al camino, al camino que ha de hacer en su caminar, tarea que no debía ser fácil, en vista de la pluralidad de gentes – con sus antecedentes, situaciones y culturas varias. Mucha fe había que tener en ese Espíritu que había de guiar tal proceso, pues “Él será quien os lo enseñe todo”. Mucha fe había que tener en ese Espíritu para pensar que el camino llegaría a buen puerto.
Pero, ¡más fe había de tener el mismo Espíritu en los hombres, a quienes lanzó al camino, a quienes lanzó a construir su Camino en medio de la historia! ¡Más fe hubo de tener el Espíritu al dejar en manos de los hombres la obra encomendada a Jesucristo! ¡Más fe ha tenido el Espíritu en nosotros al depositar en nuestras manos la Palabra del Padre! ¡Más fe ha tenido el Espíritu al encomendarnos la paz de Dios al mundo!

El Camino no se ha concluido, porque su fin no es concluirse sino seguir ofreciendo a los hombres de toda época una senda de fe y esperanza fundada en Jesucristo. Hoy como entonces, el mundo no es uniforme, las circunstancias son plurales y diversas, pero el camino ha de servir a todos; o tal vez, hemos de asumir, fiándonos del Espíritu, nuestro guía, que no hay un solo camino, sino diversos que el mismo Espíritu se encargará de hacer llegar a buen puerto, siendo que el Espíritu “nos ha enseñado” que “lo indispensable” en ese camino es el hombre mismo, en quien Dios ha depositado su Espíritu.

Cuando descubramos, precisamente, que el hombre es lo importante del camino, entonces nuestro camino habrá llegado a puerto, pues “el Padre y el Hijo han venido al hombre y han hecho morada en él”. Cuando eso suceda, ya no será necesario ningún camino, ninguna religión, ningún templo,… “Santuario no vi ninguno, porque su santuario es el Señor Dios todopoderoso y el Cordero. La ciudad no necesita sol ni luna que la alumbre, porque la gloria de Dios la ilumina y su lámpara es el Cordero”.