Dom
30
Nov
2008

Homilía Domingo Primero de Adviento

Año litúrgico 2008 - 2009 - (Ciclo B)

Velad, pues no sabéis cuando vendrá el dueño de la casa

Pautas para la homilía de hoy

Reflexión del Evangelio de hoy

  • El Amor nos mantiene en vela

Dicen que “el que espera desespera”…Más cuando se trata de esperar a alguien que no ha fijado día ni hora. Pero el Evangelio de San Marcos, lejos de una cronología estática, nos habla de un tiempo cualitativo en el que algo importante va a suceder y, por lo tanto, requiere de nuestra atención y cuidado. Sólo el dinamismo del Espíritu, el Amor al que viene, puede mantenernos en estado de vigilia, de manera expectante y gozosa. También nuestra praxis de la caridad puede acelerar su venida porque “Dios sale al encuentro del que practica la justicia y se acuerda de sus caminos” (Is 64, 4).

  • En la perspectiva del Dios fiel

Marcos insiste en la necesidad de estar atentos porque el Señor quiere revelarnos algo en los acontecimientos de nuestro momento histórico: “¿Qué estás viendo?” (Jr 1, 11-13) Importante mirar a la historia como espacio familiar, lugar propicio para la búsqueda de la verdad y de la vida. Cuando se escribe desde América latina, donde la vida está tan deteriorada y, en ocasiones, es despreciada, el Adviento nos invita a levantar la esperanza de los pobres, para situarnos en la perspectiva del “Dios fiel” (1Cor 1,9), que se acerca a nosotros asumiendo nuestra precariedad. Pero en el deseo de que tengamos vida y vida en abundancia (Jn 10,10)

  • El adviento de la vida

En cada etapa de nuestra vida, siempre esperamos algo: culminar unos estudios, conseguir un trabajo, formar una familia, lograr un sueño…Nuestra historia personal, la historia toda de la humanidad, es un adviento, un camino hacia el futuro. Y, en general, es un camino difícil, porque la vida misma así lo es. Si consideramos los puntos rojos del planeta, llenos de genocidios, hambre  y guerras, nos puede invadir el desaliento y menguar la esperanza de  que otro mundo mejor sea posible. Es pues, la tensión entre el presente y el porvenir,   un prestar atención a las sorpresas imprevisibles de Dios que siempre está viniendo, lo que nos sitúa en el adviento de nuestra vida. Para los discípulos y discípulas de Jesús, el futuro es  Dios el cual se hace presente en nuestra historia, en la persona del Verbo encarnado.

  • Espíritu de conversión

No se trata de cultivar sentimientos de culpa, de pensar que Dios nos ha abandonado, como pensó la comunidad posexílica: “todos éramos impuros” (Is 64, 5), sino de experimentar el hecho de la filiación divina y vivir sus consecuencias: “Tú, Señor, eres nuestro padre,/ tu nombre de siempre es “nuestro redentor” (Is 63, 16) La experiencia de un Dios Padre nos lleva a vivir con hondura la fraternidad, a buscar nuestra verdad y la de los demás, a practicar la justicia y a ser personas gratuitas. Con frecuencia somos personas calculadoras: tú me das, yo te doy. Nada más lejos de la esperanza cristiana y del amor sin límites que Dios nos tiene. La experiencia de hija y de hijo nos hace personas reconciliadoras,  y nos regala el don de a ser testigos de la presencia de Cristo, en un mundo con anhelos de liberación y plenitud.

  • Encuentro gozoso

El Adviento no deja de ser un gozo anticipado. Es un tiempo cualitativo en el que nuestro corazón se prepara para el Encuentro con “aquel que sabemos nos ama”, en el decir de Teresa de Jesús. Tanto la celebración del Adviento que realizamos cada año, como la vivencia cotidiana de la venida del Señor a nuestras vidas, debe templar la espera con una vida de oración,  atención a los signos de los tiempos, con una entrega vital y gratuita a los pobres, enfermos, a los que carecen de esperanza. Desde ya, Dios nos llama a participar en la vida de su Hijo (1Cor 1,9) Encuentro anticipado que se verá colmado en la venida definitiva para cada uno de nosotros y para la historia de la humanidad.