Lun
29
Jun
2015
Cristo me amó y se entregó por mí

Primera lectura

Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles 12, 1-11

EN aquellos días, el rey Herodes decidió arrestar a algunos miembros de la Iglesia para maltratarlos. Hizo pasar a cuchillo a Santiago, hermano de Juan.
Al ver que esto agradaba a los judíos, decidió detener también a Pedro. Eran los días de los Ácimos. Después de prenderlo, lo metió en la cárcel, entregándolo a la custodia de cuatro piquetes de cuatro soldados cada uno; tenía intención de presentarlo al pueblo pasadas las fiestas de Pascua.
Mientras Pedro estaba en la cárcel bien custodiado, la Iglesia oraba insistentemente a Dios por él. Cuando Herodes iba a conducirlo al tribunal, aquella misma noche, estaba Pedro durmiendo entre dos soldados, atado con cadenas. Los centinelas hacían guardia a la puerta de la cárcel.
De repente; se presentó el ángel del Señor, y se iluminó la celda. Tocando a Pedro en el costado, lo despertó y le dijo:
«Date prisa, levántate».
Las cadenas se le cayeron de las manos, y el ángel añadió:
«Ponte el cinturón y las sandalias».
Así lo hizo, y el ángel le dijo:
«Envuélvete en el manto y sígueme».
Salió y lo seguía, sin acabar de creerse que era realidad lo que hacía el ángel, pues se figuraba que estaba viendo una visión. Después de atravesar la primera y la segunda guardia, llegaron al portón de hierro que daba a la ciudad, que se abrió solo ante ellos. Salieron y anduvieron una calle y de pronto se marchó el ángel.
Pedro volvió en sí y dijo:
«Ahora sé realmente que el Señor ha enviado a su ángel para librarme de las manos de Herodes y de toda la expectación del pueblo de los judíos».

Salmo de hoy

Salmo 33, 2-3. 4-5. 6-7. 8-9 R/. El Señor me libró de todas mis ansias.

Bendigo al Señor en todo momento,
su alabanza está siempre en mi boca;
mi alma se gloría en el Señor:
que los humildes lo escuchen y se alegren. R/.

Proclamad conmigo la grandeza del Señor,
ensalcemos juntos su nombre.
Yo consulté al Señor, y me respondió,
me libró de todas mis ansias. R/.

Contempladlo, y quedaréis radiantes,
vuestro rostro no se avergonzará.
El afligido invocó al Señor, él lo escuchó
y lo salvó de sus angustias. R/.

El ángel del Señor acampa
en torno a quienes lo temen y los protege.
Gustad y ved qué bueno es el Señor,
dichoso el que se acoge a él. R/.

Segunda lectura

Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a Timoteo 4, 6-8. 17-18

Querido hermano:
Yo estoy a punto de ser derramado en libación y el momento de mi partida es inminente.
He combatido el noble combate, he acabado la carrera, he conservado la fe.
Por lo demás, me está reservada la corona de la justicia, que el Señor, juez justo, me dará en aquel día; y no solo a mí, sino también a todos los que hayan aguardado con amor su manifestación.
Mas el Señor estuvo a mi lado y me dio fuerzas para que, a través de mí, se proclamara plenamente el mensaje y lo oyeran todas las naciones. Y fui librado de la boca del león.
El Señor me librará de toda obra mala y me salvará llevándome a su reino celestial.
A él la gloria por los siglos de los siglos. Amén.

Evangelio del día

Lectura del santo evangelio según san Mateo 16, 13-19

En aquel tiempo, al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos:
«¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?».
Ellos contestaron:
«Unos que Juan el Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas».
Él les preguntó:
«Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?».
Simón Pedro tomó la palabra y dijo:
«Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo».
Jesús le respondió:
«¡Bienaventurado tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos.
Ahora yo te digo: tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos».

Reflexión del Evangelio de hoy

  • “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”

Celebramos hoy la fiesta de San Pedro y de San Pablo.

San Pedro era una persona normal, de las que hoy no saldría en Televisión, un pescador de Galilea, de carácter directo, impetuoso. Vivía del trabajo de sus manos en el mar. Pero hubo algo que cambió su vida, un acontecimiento que marcó un antes y un después. Ese acontecimiento fue el encuentro con Jesús de Nazaret. Desde el primer momento, Pedro quedó prendado, entusiasmado, cogido, seducido… por Jesús de Nazaret. Vio en él algo especial. Su corazón le dijo enseguida que estaba ante una persona distinta a todas las que había conocido. Por eso, cuando le pidió que lo dejase todo por seguirle y le prometió que le iba a hacer pescador de hombres… lo dejó todo y le siguió.

Desde ese momento convivió con Jesús hasta que le mataron de manera injusta. A su lado aprendió muchas cosas. Poco a poco, Pedro, en el trato y escucha de Jesús, fue cayendo en la cuenta de que Jesús no sólo era hombre sino que también era Dios. En el evangelio de hoy, ante la pregunta de Jesús: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Pedro responde: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”. San Pedro experimentó que Jesús no era solo hombre, sino que también era, ni más ni menos, el Hijo de Dios y, por eso, se podía confiar en él, en sus palabras, en sus promesas, en su amor… ¿Cómo no fiarse de él, como no amarle y hacerle caso si es el Hijo de Dios?

No todo en la vida de Pedro fue un camino de rosas. Experimentó la debilidad. También Pedro fue débil. Tan débil que llegó a negar a su Maestro y Señor en el proceso seguido contra Él. “Ni le conozco”. Pero Jesús resucitado salió a su encuentro y, en su debilidad y arrepentimiento, le acogió, le perdonó y le puso al frente de su iglesia. Solamente le pidió que no dejase de amarle: “Pero ¿me amas?”.

  • “Cristo me amó y se entregó por mí”

San Pablo de temperamento más fuerte y más radical que Pedro. Judío a ultranza, perseguía a los seguidores de Jesús. Hasta que el mismo Jesús se le apareció, le tiró por tierra a él y a sus equivocadas convicciones. Pero no le dejó caído, le levantó, iluminó su ceguera y le convenció de que el verdadero camino para vivir con sentido la vida humana era el camino que él trazaba y que tenía que abandonar y superar algunas creencias y prácticas judías.

Lo mismo que a Pedro, este encuentro con Jesús le cambió la vida. También en él hay un antes y un después desde que conoció a Jesús de Nazaret. Bien sabemos cómo luchó San Pablo por predicar el evangelio, los muchos peligros que corrió, las muchas disputas que sostuvo con los judíos y con los gentiles a la hora de presentarles a Jesús. Y también Pablo experimentó la debilidad. “Llevamos este sublime tesoro en vasijas de barro”, decía. Pero en medio de su debilidad y de su fortaleza supo combatir el buen combate y por la gracia de Dios salir victorioso. “He combatido bien mi combate, he corrido hasta la meta, he mantenido la fe. Ahora me aguarda la corona merecida”.

Quizás la frase que resume la vida de Pablo es aquella en la que confiesa: “Para mí la vida es Cristo”. Su vida sin Cristo no se entiende, si le quitan a Cristo no hay vida para él, le quitan la vida.