Vie
20
Mar
2009

Evangelio del día

Tercera Semana de Cuaresma

¿Qué mandamiento es el primero de todos?

Primera lectura

Lectura de la profecía de Oseas 14, 2-10

Esto dice el Señor:

«Vuelve, Israel, al Señor tu Dios,
porque tropezaste por tu falta.

Tomad vuestras promesas con vosotros,
y volved al Señor.

Decidle: “Tú quitas toda falta,
acepta el pacto.
Pagaremos con nuestra confesión:
Asiria no nos salvará,
no volveremos a montar a caballo,
y no llamaremos ya ‘nuestro Dios’
a la obra de nuestras manos.
En ti el huérfano encuentra compasión”.

“Curaré su deslealtad,
los amaré generosamente,
porque mi ira se apartó de ellos.

Seré para Israel como el rocío,
florecerá como el lirio,
echará sus raíces como los cedros del Líbano.

Brotarán sus retoños
y será su esplendor como el olivo,
y su perfume como el del Líbano.

Regresarán los que habitaban a su sombra,
revivirán como el trigo,
florecerán como la viña,
será su renombre como el del vino del Líbano.

Efraín, ¿qué tengo que ver con los ídolos?
Yo soy quien le responde y lo vigila.
Yo soy como un abeto siempre verde,
de mí procede tu fruto”.

¿Quién será sabio, para comprender estas cosas,
inteligente, para conocerlas?

Porque los caminos del Señor son rectos:
los justos los transitan,
pero los traidores tropiezan en ellos».

Salmo de hoy

Salmo 80, 6c-8a. 8bc-9. 10-11ab. 14 y 17 R/. Yo soy el Señor, Dios tuyo; escucha mi voz

Oigo un lenguaje desconocido:
«Retiré sus hombros de la carga,
y sus manos dejaron la espuerta.
Clamaste en la aflicción, y te libré. R/.

Te respondí oculto entre los truenos,
te puse a prueba junto a la fuente de Meribá.
Escucha, pueblo mío, doy testimonio contra ti;
¡ojalá me escuchases, Israel! R/.

No tendrás un dios extraño,
no adorarás un dios extranjero;
yo soy el Señor, Dios tuyo,
que te saqué del país de Egipto. R/.

¡Ojalá me escuchase mi pueblo
y caminase Israel por mi camino!
Los alimentaría con flor de harina,
los saciaría con miel silvestre». R/.

Evangelio del día

Lectura del santo evangelio según san Marcos 12, 28b-34

En aquel tiempo, un escriba se acercó a Jesús y le preguntó:
«¿Qué mandamiento es el primero de todos?».

Respondió Jesús:
«El primero es: “Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser”. El segundo es este: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. No hay mandamiento mayor que estos».

El escriba replicó:
«Muy bien, Maestro, sin duda tienes razón cuando dices que el Señor es uno solo y no hay otro fuera de él; y que amarlo con todo el corazón, con todo el entendimiento y con todo el ser, y amar al prójimo como a uno mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios».

Jesús, viendo que había respondido sensatamente, le dijo:
«No estás lejos del reino de Dios».

Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas.

Reflexión del Evangelio de hoy

Imagínate que, en nombre del periódico que sea, alguien se acerca a ti y te pregunta: “¿Qué es lo primero en tu vida, a qué das más importancia, en qué consumes más energía?” Pues un día, hubo un letrado que se le acercó a Jesús y le hizo una pregunta similar: “¿Qué mandamiento es el primero de todos?” Teniendo en cuenta dos cosas: que la vida de la sociedad israelita giraba en torno a la religión, y que, para poner las cosas más difíciles, había 613 mandamientos.

Conocemos la respuesta de Jesús. Jesús quiere que nuestra vida esté presidida por el amor y no por el odio, la indiferencia o el egoísmo. Jesús sabía de sobra que la persona humana, por naturaleza, está hecha para amar, porque Dios la creo a su imagen. Y si Dios, por naturaleza, es amor, el hombre, por naturaleza, es también un ser para el amor.

Lo que llama la atención, en apreciación de Kierkegaard, es lo que nos decía en 1847: “La originalidad y el signo distintivo del amor cristiano está precisamente en que pueda contener esta aparente contradicción: amar es un deber”. Porque aquello que es propio de la naturaleza humana, el Señor nos lo propone como una obligación: “Un mandamiento nuevo os doy, que os améis unos a otros como yo os he amado”. “El mandamiento principal de la Ley es ‘amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser… El segundo es semejante a él, amarás a tu prójimo como a ti mismo”.

  • Lo principal y lo no tan principal en la Ley

Cuando, hace ya mucho, me preparé para hacer mi primera comunión, aprendí de memoria aquello de “estos diez mandamientos se encierran en dos: amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo”. Aunque para nosotros fuera esto suficiente, puede que no lo fuera tanto para el letrado que preguntó a Jesús y para cuantos oyeron su respuesta.

No sé si el letrado quiso, como otros colegas en otras ocasiones, ponerle una trampa a Jesús al hacerle esa pregunta, o si, por el contrario, buscaba con sinceridad la verdad. Yo, al oír a Jesús, me inclino por lo segundo: “No estás lejos del Reino de los cielos”. Lo cierto es que hay que presumir que lo que preguntaba ya estaba contestado en la Escritura y que él lo tendría que saber. Jesús lo único que hizo fue ensamblar dos preceptos del Deuteronomio y del Levítico, cuando el primero, como parte del shema israelita, declaró el precepto del amor a Dios con todo el corazón y con toda el alma; añadiendo el Levítico el “amarás al prójimo como a ti mismo”. Jesús, por tanto, sólo recuerda, no inventa un nuevo mandamiento. Lo novedoso y definitivo en Jesús estuvo en afirmar de estos preceptos que eran “primeros” y “segundos”, o, más en concreto, en decir del segundo que era semejante al primero.

  • Amor y amores

Amor sí, está claro. Pero, ¿qué clase de amor? Porque quizá hoy más que nunca, cuando hablamos de amor, la ambigüedad está servida. El amor, de una forma o de otra, es el núcleo de la mayoría de las poesías, novelas, películas, obras de teatro, etc. La vida entera gira en torno al amor. Con este término se designa lo más sublime y lo más abyecto, lo más interesado y lo más desinteresado.

Nosotros nos referimos al amor cristiano o, si queréis, al amor samaritano. Al amor que evita los universales y se centra en los particulares; al amor que no se pierde en lo abstracto, sino que llega siempre al particular y concreto. Jesús nunca nos habló del amor en general, como Platón: al contrario, nos habló del hombre concreto apaleado y malherido entre Jerusalén y Jericó; de la mujer adúltera a punto de ser apedreada; del ciego de Jericó; del leproso que pedía ser limpio; del siervo del centurión de Cafarnaún; de ciegos, sordos y, en general, enfermos, que acudían a él para ser curados. Personas siempre con nombre y apellidos. Amor que llega hasta límites insospechados: “Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os aborrecen, bendecid a los que os maldicen y orad por los que os calumnian” (Mt 5,38ss).

Fray Hermelindo Fernández Rodríguez

Fray Hermelindo Fernández Rodríguez
(1938-2018)