Lun
2
Feb
2015
Mis ojos han visto a tu Salvador… luz para alumbrar a las naciones

Primera lectura

Lectura del libro de Malaquías 3,1-4:

Esto dice el Señor Dios:
«Voy a enviar a mi mensajero para que prepare el camino ante mí.

De repente llegará a su santuario el Señor a quien vosotros andáis buscando; y el mensajero de la alianza en quien os regocijáis, mirad que está llegando, dice el Señor del universo.

¿Quién resistirá el día de su llegada? ¿Quién se mantendrá en pie ante su mirada?

Pues es como fuego de fundidor, como lejía de lavandero. Se sentará como fundidor que refina la plata; refinará a los levitas y los acrisolará como oro y plata, y el Señor recibirá ofrenda y oblación justas.

Entonces agradará al Señor la ofrenda de Judá y de Jerusalén, como en tiempos pasados, como antaño».

Salmo de hoy

Salmo 23 R/. El Señor, Dios de los ejércitos, es el Rey de la gloria.

¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las puertas eternales:
va a entrar el Rey de la gloria. R/.

¿Quién es ese Rey de la gloria?
El Señor, héroe valeroso,
el Señor, valeroso en la batalla. R/.

¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las puertas eternales:
va a entrar el Rey de la gloria. R/.

¿Quién es ese Rey de la gloria?
El Señor, Dios del universo,
él es el Rey de la gloria. R/.

Segunda lectura

Lectura de la carta a los Hebreos 2,14-18

Lo mismo que los hijos participan de la carne y de la sangre, así también participó Jesús de nuestra carne y sangre, para aniquilar mediante la muerte al señor de la muerte, es decir, al diablo, y liberar a cuantos, por miedo a la muerte, pasaban la vida entera como esclavos.

Notad que tiende una mano a los hijos de Abrahán, no a los ángeles. Por eso tenía que parecerse en todo a sus hermanos, para ser sumo sacerdote misericordioso y fiel en lo que a Dios se refiere, y expiar los pecados del pueblo. Pues, por el hecho de haber padecido sufriendo la tentación, puede auxiliar a los que son tentados.

Evangelio del día

Lectura del santo evangelio según san Lucas 2,22-40

Cuando se cumplieron los días de la purificación, según la ley de Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: «Todo varón primogénito será consagrado al Señor», y para entregar la oblación, como dice la ley del Señor: «un par de tórtolas o dos pichones».

Había entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo estaba con él. Le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo.

Y cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo acostumbrado según la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo:

«Ahora, Señor, según tu promesa,
puedes dejar a tu siervo irse en paz.
Porque mis ojos han visto a tu Salvador,
a quien has presentado ante todos los pueblos:
luz para alumbrar a las naciones
y gloria de tu pueblo Israel».

Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño. Simeón los bendijo y dijo a María, su madre: «Este ha sido puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; y será como un signo de contradicción —y a ti misma una espada te traspasará el alma—, para que se pongan de manifiesto los pensamientos de muchos corazones».

Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, ya muy avanzada en años. De joven había vivido siete años casada, y luego viuda hasta los ochenta y cuatro; no se apartaba del templo, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones noche y día. Presentándose en aquel momento, alababa también a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén.

Y, cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño, por su parte, iba creciendo y robusteciéndose, lleno de sabiduría; y la gracia de Dios estaba con él.

Reflexión del Evangelio de hoy

  • “Mis ojos han visto a tu Salvador… luz para alumbrar a las naciones”

Celebramos la fiesta de la Presentación del Señor. Cuarenta días después de Navidad, Jesús fue llevado al Templo por María y José, para cumplir lo prescrito por la ley mosaica.

A Cristo Jesús, el niño que hoy es presentado en el Templo y que luego recorrerá las aldeas de Israel predicando su buena noticia, le relacionamos siempre con la vida. Es el mejor profesor de la vida de todos los tiempos. Todo en él está relacionado con la vida. Decimos que es el Camino, pero no cualquier camino sino el que lleva a la vida; decimos que es la Verdad pero no cualquier verdad, no la verdad de las ciencias o de la filosofía, sino la Verdad que alimenta la vida; decimos que es la Luz, pero no cualquier luz, la luz que ilumina una casa, un teatro, una autopista, no, es la Luz que ilumina nuestro corazón, nuestra vida. Él ha venido justamente para eso, viene a enseñarnos cómo aprobar esa difícil asignatura que llamamos vida y no suspenderla, y sacar, incluso, buena nota.

En el evangelio del día, vemos cómo dos personas mayores, Simeón y Ana, con la ayuda del Espíritu Santo, descubren a Jesús no sólo como un hombre especial sino como Dios, como nuestro Salvador y Luz de las naciones.

En este día de la Presentación del Señor, la Iglesia quiere resaltar sobre todo la Luz, es la fiesta de las candelas. Quiere destacar a Jesús como la Luz de nuestra existencia. Tenemos que reconocer que si Él nos faltase, las tinieblas se adueñarían de nuestro corazón. Al igual que Simeón y Ana y tantos millones cristianos, debemos acogerle, adorarle y hacerle caso: “Este es mi hijo amado, escuchadle”. Que nunca apaguemos la luz que nos regala. “¿A dónde iríamos?, Tú solo tienes palabras de vida eterna”.

También en esta jornada, la iglesia, y dentro del año dedicado a la vida consagrada, hace mención especial de este estilo de vida. Ese estilo de vida que miles de hombres y mujeres viven consagrados a Dios, dedicados a Dios y, por lo tanto, también a sus hermanos y hermanas, siendo así testimonio ante ellos de que la mejor manera de vivir la vida humana es siguiendo a Cristo.