Sáb
14
Mar
2009

Evangelio del día

Segunda Semana de Cuaresma

Este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado

Primera lectura

Lectura de la profecía de Miqueas 7, 14-15. 18-20

Pastorea a tu pueblo, Señor, con tu cayado,
al rebaño de tu heredad,
que anda solo en la espesura,
en medio del bosque;
que se apaciente como antes
en Basán y Galaad.

Como cuando saliste de Egipto,
les haré ver prodigios.

¿Qué Dios hay como tú,
capaz de perdonar el pecado,
de pasar por alto la falta
del resto de tu heredad?

No conserva para siempre su cólera,
pues le gusta la misericordia.

Volverá a compadecerse de nosotros,
destrozará nuestras culpas,
arrojará nuestros pecados
a lo hondo del mar.

Concederás a Jacob tu fidelidad
y a Abrahán tu bondad,
como antaño prometiste a nuestros padres.

Salmo de hoy

Salmo 102, 1-2. 3-4. 9-10. 11-12 R/. El Señor es compasivo y misericordioso

Bendice, alma mía, al Señor,
y todo mi ser a su santo nombre.
Bendice, alma mía, al Señor,
y no olvides sus beneficios. R/.

Él perdona todas tus culpas
y cura todas tus enfermedades;
él rescata tu vida de la fosa,
y te colma de gracia y de ternura. R/.

No está siempre acusando
ni guarda rencor perpetuo;
no nos trata como merecen nuestros pecados
ni nos paga según nuestras culpas. R/.

Como se levanta el cielo sobre la tierra,
se levanta su bondad sobre los que lo temen;
como dista el oriente del ocaso,
así aleja de nosotros nuestros delitos. R/.

Evangelio del día

Lectura del santo evangelio según san Lucas 15, 1-3. 11-32

En aquel tiempo, se acercaron a Jesús todos los publicanos y los pecadores a escucharlo. Y los fariseos y los escribas murmuraban diciendo:
«Ese acoge a los pecadores y come con ellos».

Jesús les dijo esta parábola:

«Un hombre tenía dos hijos; el menor de ellos dijo a su padre:
“Padre, dame la parte que me toca de la fortuna”.

El padre les repartió los bienes.

No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, se marchó a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente.

Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad.

Fue entonces y se contrató con uno de los ciudadanos de aquel país que lo mandó a sus campos a apacentar cerdos. Deseaba saciarse de las algarrobas que comían ¡os cerdos, pero nadie le daba nada.

Recapacitando entonces, se dijo:
“Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me levantaré, me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros”.

Se levantó y vino adonde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se le conmovieron las entrañas; y, echando a correr, se le echó al cuello y lo cubrió de besos.

Su hijo le dijo:
“Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo”.

Pero el padre dijo a sus criados:
“Sacad enseguida la mejor túnica y vestídsela; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y sacrificadlo; comamos y celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado”.

Y empezaron a celebrar el banquete.

Su hijo mayor estaba en el campo. Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y la danza, y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello.

Este le contestó:
“Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha sacrificado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud”.

Él se indignó y no quería entrar, pero su padre salió e intentaba persuadirlo.

Entonces él respondió a su padre:
“Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; en cambio, cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado”.

El padre le dijo:
“Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo; pero era preciso celebrar un banquete y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado”».

Reflexión del Evangelio de hoy

Ya el profeta Miqueas nos muestra que, ante la infidelidad de Israel, Dios Padre/Madre responde de forma compasiva y misericordiosa. “¿Qué Dios como tú, que perdonas el pecado y absuelves la culpa al resto de tu heredad?”. Es un tema totalmente conexionado con la parábola del llamado hijo pródigo, en donde la actitud del padre hacia el hijo “infiel” está llena de compasión.

Nos gustaría hoy profundizar en las actitudes de todas aquellas personas que tienen –o tenemos– actitudes de prodigalidad. No se trata de justificar sino de ser, realmente, compasivos. La diferencia entre la justificación y la compasión es que, la primera viene del término “justicia” –tener justa causa conforme al derecho positivo o moral vigente– y la segunda de “padecer con” –término altamente dominicano– más relacionado con la emoción de la empatía. Cuando en nuestro sistema legal se solicita ante el juez la declaración de prodigalidad de una persona, los legitimados para interponer la demanda son los familiares directos y, en su caso, el Ministerio Fiscal. ¿Cuáles son los intereses de estos familiares? Justicia, por supuesto. El “pródigo” está dilapidando el patrimonio familiar y eso daña los intereses, económicos claro, de la familia. Por su parte, el Ministerio Fiscal tendrá el interés principal en la defensa de la legalidad.

Nos preguntamos qué llevaría al hijo menor a traicionar la economía de su familia. Se supone que una persona que lo tiene todo cubierto no abandona sus seguridades. Hoy en día también, eso es, según todos los usos sociales, de locos. El evangelio según Lucas nos da una pista sobre lo que hizo luego, “emigró a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente”, pero no nos dice cuáles fueron sus verdaderos motivos. Efectivamente él fue consciente, por lo menos a posteriori, –presuponemos su buena fe– de que estaba traicionando a su familia conforme a “justicia”, pues cuando decide volver sabe que su infidelidad le ha llevado a perder su derecho de hijo. Aunque como lo importante para él es la acogida de su padre, busca legitimidad en el trabajo de jornalero. Sin embargo, y conforme al texto, seguimos sin saber cuáles fueron los verdaderos motivos de su traición. Qué drama o qué ilusiones le hicieron moverse de sus seguridades hacia lo desconocido. El colchón económico lo tenía, pero no debió de calcular bien y derrochó más de lo previsto.

Si conociéramos más del hijo menor, si supiésemos su pasado, sus ilusiones o esperanzas, podríamos justificar, o no, su actitud, y eso, seguramente, nos dejaría más tranquilos/as. Pero hay alguien en toda esta historia que no necesita motivos, argumentos ni justificaciones que legitimen actitudes. Evidentemente, es el auténtico protagonista. Dios Padre/Madre, quien con su compasión demuestra que su único interés es el bienestar de la persona. Posiblemente su hijo, no ha cumplido sus expectativas ni los sueños que el padre tenía para él. Pero le acoge sin más. Sin pedir explicaciones, sin medir los actos de su hijo, sin ni siquiera intentar comprenderlo, como nosotros hemos pretendido hoy. Simplemente siente compasión y le acoge.

Jesús, que está contando esto a publicanos y pecadores les está diciendo: “no necesito saber vuestros motivos, os quiero y os acojo igualmente porque sois mis hijos”.