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«La riqueza del Amazonas no está en el oro ni en el gas, sino en sus nativos»

21 de agosto de 2014

Entrevista de El Correo al nuevo obispo David Martínez de Aguirre Guinea, que ha vivido 13 años en lo más profundo de la selva y ha sido designado como 'Alavés de julio'.

David Martínez de Aguirre Guinea, obispo en la amazonía peruanaDavid Martínez de Aguirre Guinea (Vitoria, 1970) se fue un día de campamentos, que es como dejar la vida cómoda de la ciudad, coger el saco de dormir en la austeridad, entablar una relación profunda con la naturaleza y de amistad con los demás y plasmar los ideales de la fe. Este vitoriano, religioso dominico, es un hijo de la comunidad de la parroquia de Los Ángeles, donde se formó el alma desde la guardería y a a sus 44 años es obispo coadjutor del Vicariato Apostólico de Puerto Maldonado (Perú), una diócesis que es en tamaño como Galicia, Asturias, Cantabria, País Vasco, La Rioja, Navarra y Castilla y León juntas.

-Antiguamente, los españoles iban a Perú en busca del oro, de la riqueza, de las tierras. Usted decidió ir al encuentro de los indígenas.

Esa era la opción que elegí. Yo quería vivir entre ellos y conocer su idioma, sus costumbres. Son lo mejor que tiene el Amazonas. Ni el oro, ni los hidrocarburos, ni el caucho. Lo más rico son los pueblos indígenas y luego, la biodiversidad, la selva, que es como encontrarte de bruces con la creación.

-¿Y cómo fue el encuentro con los indígenas de Kirigueti?

Duro, porque mi compañero, que era el veterano, se tuvo que marchar enseguida. Me vi solo sin poder comunicarme. Ellos no hablan español y quieren contarte cosas. Tuve que ir poco a poco, escuchar mucho y dejar la vergüenza. A pesar de los 13 años que he estado con ellos siento que aún estoy empezando a conocerlos. Creo que haría falta toda una vida para bucear realmente en su mundo.

-¿Qué idioma utiliza para hablar con ellos?

El matsigenka. Con ese me apaño porque luego cada tribu tiene su propio idioma. No hay gramática, ni diccionario. Hay que ir paso a paso. Me di cuenta de que no eres tú el que contacta con ellos, sino ellos los que un día te dicen 'ven con nosotros'. Una familia te lleva a otras. Creo que tienen mucho que aportar a la Iglesia porque ellos están entre los pobres, entre los que no cuentan y a menudo la Iglesia está demasiado metida en las estructuras de poder, en las influencias.

«Una habilidad especial»

-Usted parece tener verdadera devoción por esos indios.

Son fascinantes. Tienen una habilidad especial para navegar en los dos mundos, el suyo y el nuestro. Tu no puedes introducirte en la selva porque no duras un día. Ellos se mueven como en casa. Y no importa que sea un territorio en el que no han estado. Saben orientarse igual, conocen las plantas medicinales, sobreviven. Pero es que si van a Lima no se pierden. Tienen un GPS natural instalado en la cabeza.

-Supongo que costará mucho que se adapten a los nuevos tiempos.

Ellos son más capaces que nosotros. Le sorprendería ver cómo usan los dos palitos para hacer fuego todavía al tiempo que llevan un móvil o me piden tal artículo en internet. Hoy los palitos y el celular forman parte de la cultura matsigenka.

-¿Qué cosas han cambiado en usted desde que llegó y empezó a conocerlos?

Yo he cambiado mi percepción inicial por completo. Cuando llegué mi discurso sobre las petroleras, por ejemplo, era como el de todo el mundo. Las consideraba como una amenaza para ellos. Iba con mis esquemas de Vitoria. Ellos lo ven de otra manera y hay que escucharles. Debemos ser críticos y estar atentos a todas las amenazas, que son reales, pero los indígenas deben ser protagonistas de su propio proceso histórico, como ha ocurrido con todas las culturas de la tierra.

«Entre dos mundos»

-¿Cuál es el papel del misionero hoy en día?

Me he hecho esa pregunta muchas veces. ¿Qué sentido tiene ir a enseñarles nada? Creo que jugamos un papel amortiguador entre dos mundos diferentes. Sinceramente, fui allí a ayudarme a mí mismo. Nacer aquí o allá no lo elige nadie, pero sí puedo decir con qué equipo quiero jugar durante toda mi vida.

-De vez en cuando salen noticias sobre tribus no contactadas que viven aisladas.

Yo creo que son mitos, leyendas, puro sensacionalismo. La arqueología ha demostrado que antes de la colonización española incluso siempre hubo relaciones comerciales y de intercambio con los pueblos de la costa. Aparecieron plumas en la costa de aves que estaban muy en el interior de la selva. Y los nativos llevaban piedras inexistentes en el Amazonas, pero que sí había en la costa. Eso demuestra que siempre hubo intercambios. En la época de la explotación del caucho, a finales del siglo XIX, la selva fue arrasada y los indios esclavizados. Todo el mundo indígena quedó desestructurado. Huyeron y se escondieron para no sufrir aquel desastre. Y algunos mantienen esa desconfianza total. Hubo miles y miles de muertos.

-Su nombramiento como obispo auxiliar le va a cambiar la vida otra vez. Ya no se podrá dedicar exclusivamente a los indios, sus ovejas han aumentado.

Es cierto. Los indígenas son 20.000 entre una población de 250.000. Aquellos piden poco o nada y estos reclaman más atenciones. Es curioso que las necesidades primarias de los nativos están más aseguradas que las de los demás. Y habrá que estar con todos. Me da pena abandonar ahora esa relación tan especial pero hay que estar con todos.

-¿Qué ha supuesto el premio 'Alavés de julio' para usted?

Me llena de orgullo. Yo me siento de aquí, soy de quí y siempre que vuelvo estoy en la parroquia de Los Ángeles. No me considero digno de nada pero sí agradecido y honrado por vosotros.

Artículo orginal en El Correo

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