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Los cuentos del abuelo Anacleto

Las barbas del Rabino

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EL…”¿ QUÉ  DIRÁN….? “ Y LA TRAGEDIA DEL RABINO ORTODOXO.

Hay personas extremadamente hipersensibles: sufren horrores pensando lo que otros puedan pensar de ellas, lo que de ellas dicen o puedan decir; tienen siempre puesta la antena y son condicionadas por la cosa más nimia que a su respecto se diga.

Es propio de gente civilizada escuchar a quien nos hable. Y es  más civilizado escuchar a quien nos diga algo para nuestro bien o el del prójimo. Pero de ahí a perder el sueño por ello… Porque así le sucedió al rabino Yehudá.

El rabino Yehudá era una buena persona y un buen rabino ortodoxo, con larga barba y no menos luengos tirabuzones . Su feligresía le quería y respetaba. ¡Incluso los jóvenes le escuchaban con respeto y admiración! Bueno… con alguna excepción. Porque en todo rebaño hay siempre alguna oveja negra y, también en este caso. Uno que sin llegar a ser lo que se dice  una “mala pécora”, sí pecaba al menos de  impertinente.

Fue así como un día, después de una acertada prédica, en una pausa para preguntas y respuestas, un talmid (alumno) de nombre Saúl, le espetó una impertinencia totalmente fuera de lugar:

“Rabí Yehudá, - le dijo, - tiene Ud. una barba y unos tirabuzones muy largos. ¿Cómo duerme Ud. con ellos…¿poniéndolos bajo  la colcha o encima de la colcha?”

El grupo de “tsairim tovim” ( jóvenes buenos/formales ) quedó pasmado de la osadía de su javer (compañero). Y el buen rabino, hipersensible en cuanto a él se refería, quedó suspenso sin saber qué responder. Porque, la verdad, nunca se había planteado esa cuestión; cuestión que ahora le dejó sumamente desasosegado en su interior.

Llegó la noche y.. ¡ahí fue ella! ¿Pondría su barba sobre la colcha? La puso y no podía conciliar el sueño, sintiendo un mundo de dudas que le quitaban el sueño.

¿Pondría la barba bajo la colcha..? La puso, y le entró un sofoco asfixiante. Cambió una y otra vez….un montón de veces. Y cada vez acababa más nervioso y desasosegado.

Hasta que por fin, se sentó en la cama tratando de recordar  cómo lo hacía antes, cuando podía dormir plácidamente. Y fue tal su nerviosismo y confusión mental que no pudo averiguarlo.

En estas le llegó la mañana sin haber pegado ojo, lo que le dio un día de somnolencia y cansancio al punto de no poder concentrarse…¡ni siquiera en la oración! Más aún, llegó a rezar el “Shemá Israel” (la oración más sagrada y entrañable para un judío), como si fuera un loro, sin concentrarse ni emocionarse ¡él, un buen rabino ortodoxo!

Así le llegó la segunda noche con mayor confusión de  mente y además con remordimientos de conciencia por haber rezado el “Shemá Israel” con tal  irreverencia.

El pobre rabino se acostó lo que se dice, hecho papilla.

Y de nuevo se le planteó  el problema: ¿la barba bajo la colcha o sobre ella? Y de nuevo a probar… sobre y bajo, bajo y sobre la colcha, y…así toda la noche. Vueltas y más vueltas, hasta la madrugada; tantas que la “rabina” su esposa despertó sobresaltada y le preguntó la causa de aquella tremenda inquietud. El buen rabino, todo avergonzado, acabó confesando entre dientes su tremendo problema.

La “rabina”, que era de un excelente carácter y, menos escrupulosa que el rabino en cuestión de ortodoxia, con su habilidad femenina le arrancó la promesa de aceptar la solución que ella veía.

Y una vez conseguido, se levantó, agarró una tijeras y …¡ras!…en menos que canta un gallo, ¡fuera tirabuzones y barba! Bueno, de ésta le dejó un centímetro para salvar la ortodoxia  aunque fuera en sus mínimos. Y el rabino Yehudá quedó que daba gloria verle: sin tantos pelos, parecía hasta más joven y  más guapo. Y sobre todo, pudo dormir todavía un par de horas reconfortantes, con lo que en el nuevo día se sintió más cómodo y despierto, más juvenil y sobre todo más concentrado para rezar debidamente el “Shemá Israel”. Y hasta sus jóvenes feligreses, sin merma alguna del respeto y veneración que le profesaban, le sintieron más cercano a su mentalidad moderna. Así la historia afortunadamente acabó bien, y bueno parece ser lo que bien acaba.

¡Qué ridiculez  vivir pendientes del qué dirán o de lo que nos digan! Cuánto mejor sería ser uno mismo, tener unos buenos y firmes principios y… ¡qué digan misa!, como dice la gente.

Menos mal que en este triste suceso, la sabia solución de la “rabina”, recortando los extremismos de la ortodoxia, dejó al rabino sosegado y hecho un pimpollo. Porque hasta eso, nos permite “dormir a mandíbula batiente “ que decía una vasca ( “mi marido ya  come eh, a pierna suelta come…y dormir, a mandíbula batiente que duerme” !!!, decía la buena mujer).

Pues para poder dormir “a mandíbula batiente” , conviene no hacer caso del “qué dirán”; basta y sobra con ser decente y ser uno mismo, porque lo importante es lo que Dios pueda decir de nosotros.

Hasta la próxima peques.

Fr. José Polvorosa, OP

 

 

 

 

 

 

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