El retrato reflejado por un reciente estudio sobre una muestra de 1.200 españoles de entre 18 y 35 años, refleja una generación deseosa de modernizar -sin romper- y de enderezar lo que se ha torcido, en coherencia con los bajos niveles de conflictividad social que se registran y con el posicionamiento de la mayoría de la población en las corrientes más centrales de la democracia o entre los que no se identifican ideológicamente con nadie. Mantienen la templanza y un entusiasta optimismo. Se trata, en conjunto, de una generación demasiado bien preparada para aceptar análisis de situación toscamente simplistas. Tienen sus diagnósticos y propuestas. Y así por ejemplo piensan que la economía funciona mal, pero creen saber por qué (ausencia de un adecuado control político sobre la misma y sobre las ingenierías financieras) y lo que exigen no es su voladura, sino su urgente reparación.
Uno de los actuales grandes y graves desafíos más urgentes de la Iglesia en España es esta generación. En el mencionado estudiado no se muestra antirreligiosa (y, menos aún, anticlerical), pero considera la religión -y concretamente, la Iglesia católica- como algo ajeno a su vida. Tan solo un 10% se define como católico practicante (si bien, al mismo tiempo, suponen un 48% adicional quienes dicen considerarse poco o no practicantes, pero católicos al fin). Lo que parece no interesarle es la forma en la que se expresa, desde hace ya decenios, la jerarquía eclesiástica española; la prueba es que, cuando emerge una figura religiosa con nuevo lenguaje y modales, como es el caso del Papa Francisco, obtiene entre ella una clara evaluación positiva y un masivo apoyo a sus propuestas.
Es esta una generación que reúne todas las condiciones necesarias para revitalizar una sociedad y una Iglesia -como es en estos momentos la española- desconcertada, sin liderazgos reconocidos y sin horizontes comunes claros, pero que anhela -y necesita con urgencia- un nuevo relanzamiento. Es una generación, en suma, que no se puede perder, pero no debemos olvidar que de ambas partes depende: la Iglesia y los jóvenes.
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