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Tema: No hay corrupto sin corruptor      Autor: Fr. Alfonso Esponera O.P.      Creado: 19/02/2014 0:00:00      Número de aportaciones: 1




Asunto: No hay corrupto sin corruptor
Fecha y hora:
19/02/2014 0:00:00

Autor:
Fr. Alfonso Esponera O.P.

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La reciente película La gran estafa americana (EEUU 2013) retrata a una pareja de estafadores profesionales que junto a un policía hacen sofisticados montajes para desenmascarar a políticos corruptos de cierta envergadura en la década de los 70 en Estados Unidos de Norteamérica, cuando no corría el dinero tan abundante y fácilmente como en las décadas posteriores. Una vez más la pantalla es un espejo que refleja el espectáculo de la vida y de la sociedad actual aunque nos hable de las entretelas de la sociedad norteamericana y, por extensión, de la nuestra.

Pues la película arranca atestiguando que algo de lo que estamos a punto de ver ocurrió en realidad… y sigue ocurriendo, pues dicen las encuestas que actualmente el 96% de los españoles creen que la corrupción es generalizada y que el 97% de los empresarios aseguran que hay prácticas ilícitas en la Administración pública. Sin embargo, no sabemos cuántos de estos empresarios han pagado para conseguir beneficios y favores. Si nadie pagara, el corrupto dejaría de pedir. La corrupción es cara y arruina la confianza hacia los que nos deberían representar. Y pone en peligro la propia democracia. Ahora las sospechas de corrupción crecen también en el norte de Europa. Ya no basta el tópico de los católicos pecadores del Sur.

La línea de defensa de muchos hombres públicos es que la mayoría de los que se dedican a la política son gente honesta y los corruptos son unos pocos. Pero si son pocos, están muy bien situados para la caza mayor.

La resistencia a reconocer las tramas de corrupción que nos invade y el despliegue de todo tipo de recursos políticos y judiciales para minimizar los casos y enquistarlos en vez de clarificarlos, consolida la idea de que la corrupción es crónica.

Los medios de comunicación contribuyen a que no siempre se distinga el grano de la paja.

Si la competitividad es el horizonte ideológico de nuestro tiempo, estamos una vez más tomando al hombre como medio y no como fin; si entendemos que la política es un espacio de excepción en el que la moral no rige, porque su ley es el poder; si la economía es otro territorio de excepción, porque el único criterio es la cuenta de resultados, ya sea la personal o la de la compañía: ¿cómo podemos sorprendernos de que la corrupción se generalice?

La competitividad se está convirtiendo en algo sistémico, como el cáncer: pero ¿podemos perdurar si cada vez hay más gente viviendo así? El asunto nos debe preocupar hayamos participado en ello bien como actores, o como simples espectadores, o como víctimas inevitables.





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