"Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo" (Lc 6,36). La verdadera compasión es la sensibilidad ante el sufrimiento de los que más sufren que lleva a actuar en consecuencia (cf. Ex 3,7-10). Sin esta compasión no hay sociedad humana.
Las recientes noticias económicas parecen pelearse entre sí: España es uno de los mayores objetivos de los fondos soberanos; el capital extranjero redobla su apuesta; el número de millonarios ha crecido un 13% en el último año (y eso que por haber, en España, hay incluso unas formidables diferencias entre ricos)... Y, mientras, también hay más de un 25% de parados (la devaluación salarial no se traduce en creación de empleo), y la previsión es de que siga en niveles similares al menos tres años; la renta de las familias seguía menguando en el segundo trimestre del año, hasta los niveles más bajos de la crisis, debido a unas rebajas salariales del 5%, según el INE; la tasa de personas en “extrema pobreza”, según Caritas, se ha duplicado desde 2007…
No es esquizofrenia, solo es desigualdad, expresión de la importante fractura social que se está generando. Los tan traídos y llevados brotes verdes de la recuperación económica están apareciendo en España de forma muy desigual, más exactamente aún, están en muy pocas manos. A pie de calle, el momento “fantástico” que vive la macroeconomía está lejos de hacer acto de presencia en el carro de la compra.
En todas las crisis, la llamada economía financiera suele recuperarse antes que la productiva (la de las empresas y las familias). Lo malo es que el descuelgue entre una y otra tiene visos de dilatarse: el grueso de los expertos coincide en que a España, recién salida de la recesión, le queda al menos un lustro (!) para recuperar toda la riqueza destruida en los cinco años de declive.
Y es que no estamos sufriendo las consecuencias de la crisis, sino las consecuencias del modo en que se está resolviendo dicha crisis: se ha asegurado la necesaria gran macroeconomía pero olvidando la microeconomía, quitando derechos sociales, pidiendo importantes sacrificios que solo realizan un sector de la población, etc.
Que la mejora llegue a todos es cuestión de tiempo, pero el debate es cuánto tiempo. La actual reactivación es aún muy débil y si la salida de la crisis se demora mucho, las bolsas de pobreza pueden crecer ya que a una persona en paro le cuesta más encontrar empleo cuantos más años lleve desocupada. Es decir, que cuando la recuperación sea completa, si tarda muchos años, una parte de la población puede haberse quedado ya descolgada del sistema.
“Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino” (Lc 23,42). No fue un seguidor de Jesús quien lo dijo. Fue uno de los dos delincuentes crucificados junto a él. Solo pidió a Jesús que no lo olvidase. Y Jesús le respondió de inmediato: “Hoy estarás conmigo en el Paraíso”. En nuestros días, no pocos agobiados por el peso de la crisis, lo invocan a su manera: “Jesús, acuérdate de mí”; y Jesús los escucha: “Tú estás siempre conmigo”. Y es que Dios tiene sus caminos para encontrarse con cada persona, que no siempre pasan por donde indican algunos teólogos, sino por múltiples mediaciones humanas.
Hoy por hoy, ante las consecuencias del modo con que se está resolviendo, no podemos hacer otra aportación que esta: llevar una vida más austera, más sobria, pero para poder compartir lo que tenemos, además de lo mucho que no necesitamos, con los más castigados por ella.
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