La Sabiduría

La Sabiduría

El misterio de la Sabiduría y su expresión en la creación. Textos bíblicos y Sermon de JuanTauler


En este mes de invierno, punto litúrgico intermedio entre la Navidad y Cuaresma, podemos centrar nuestra atención espiritual en tres ideas que son muy aptas para despertar y fomentar sentimientos de gratitud a Dios: primero, por habernos dado LA LUZ DE LA SABIDURÍA que gobierna al hombre interior; segundo, por EL CIELO ESTRELLADO que admiran los ojos del hombre exterior; tercero, por habernos revelado en Cristo que SOLAMENTE ABRAZANDO LA CRUZ cabe llegar a ser felices como hombres e hijos de Dios en tierra de peregrinación.

El misterio de la sabiduría divina.

¡Señor!, el misterio de la Sabiduría, de tu Sabiduría, de la que nos has hecho partícipes a tus criaturas racionales, sólo podemos entenderlo poniéndonos a la escucha de tu Palabra revelada. Háblanos, que te escuchamos.

Hoy acudimos al libro sagrado que llamamos el Eclesiástico, y, al leerlo, queremos saborear luminosa y plácidamente algo de lo que Tú nos ha dicho por medio de él.

Muéstranos, Señor, tu verdad: que la sabiduría es tu obra; que vivir en sabiduría es vivir en reverente temor a ti; y que sus brotes son la paz y la salvación.

El misterio de la Sabiduría divina ( Libro del Eclesiástico 1, 1-20 )

" Toda sabiduría viene del Señor y está con él eternamente. La arena de las playas, las gotas de la lluvia, los días de los siglos, ¿quién los contará?

La altura del cielo, la anchura de la tierra, la hondura del abismo, ¿quién los rastreará?

Antes que todo fue creada la sabiduría; la inteligencia y la prudencia, antes de los siglos.

La raíz de la sabiduría, ¿a quién se reveló?; la destreza de sus obras, ¿quién la conoció? Uno solo es sabio, temible en extremo; está sentado en su trono, {Dios}.

El Señor en persona creó la Sabiduría,  la conoció y la midió, la derramó sobre todas sus obras; la repartió entre los vivientes.

Según su generosidad se la regaló a los que lo temen.

Porque el temor del Señor es gloria y honor, es gozo y corona de júbilo; el temor de Dios deleita el corazón, trae gozo y alegría y vida larga. El que teme al Señor tendrá buen desenlace, el día de su muerte lo bendecirán.

Principio de sabiduría es temer al Señor; ya en el seno se crea con el fiel. Asienta su cimiento perpetuo entre los hombres y se mantiene con su descendencia.

La plenitud de la sabiduría es temer al Señor: con sus frutos sacia a los fieles; llena de tesoros toda su casa, y de sus productos colma las despensas.

La corona de la sabiduría es temer al Señor; sus brotes son la paz y la salud.

Dios hace llover la inteligencia y la prudencia, y exalta la gloria de los que la poseen.

La raíz de la sabiduría es temer al Señor, y sus ramos son una vida larga".

Danos, Señor, la gracia de ser conscientes, por el tesoro de tu sabiduría; de vivir en santo amor y temor, para estar siempre contigo; de actuar con prudencia, para que el fruto de paz y salvación sea copioso. Amén.

 

La gloria de Dios en la creación.

¡Señor!, quiero dedicarte estos momentos de meditación recreándome en la contem-plación de la obra de tu sabiduría creadora: cielo, tierra, ríos, flores, animales, hombres, amor, gracia, vida...

Todo lo bueno es obra de tus manos. Lo que hay de malo es mío. Por tu bondad, gracias te doy. Por mis pecados, damos tú perdón. Te lo suplico.

La gloria de Dios en la creación ( Libro del Eclesiástico 42, 15-43, 12

"Voy a recordar las obras de Dios y a contar lo que he visto: por la palabra de Dios son creadas y de su voluntad reciben su tarea.

El sol sale mostrándose a todos, la gloria del Señor se refleja en todas sus obras. Aun los santos de Dios no bas­taron para contar las maravillas del Señor.

Dios... sondea el abismo y el corazón, penetra todas sus tra­mas, declara el pasado y el futuro y revela los misterios escondidos. No se le oculta ningún pensamiento ni se le escapa palabra alguna.

Él ha establecido el poder de su sabiduría, es el único desde la eternidad; no puede crecer ni menguar ni le hace falta un maestro.

¡Qué amables son todas sus obras!; y eso que no vemos más que una chispa.

Todas viven y duran eternamente y obedecen en todas sus funciones. Todas difieren unas de otras, y no ha hecho ninguna inútil. Una excede a otra en belleza: ¿quién se saciará de contemplar su hermosura?

El firmamento puro es orgullo del cielo, y la bóveda celeste, ¡qué glorioso espectáculo!

El sol, cuando sale derramando calor, ¡qué obra mara­villosa del Señor! A mediodía abrasa la tierra, ¿quién puede resistir su ardor? Un horno encendido calienta al fundidor, un rayo de sol abrasa los montes, una lengua del astro calcina la tierra habitada, y su brillo ciega los ojos.

¡Qué grande el Señor que lo hizo!; sus órdenes espolean a sus campeones.

También brilla la luna en fases y ciclos y rige los tiem­pos como signo perpetuo, determina las fiestas y las fechas y se complace menguando en su órbita, de mes a mes se renueva.¡Qué maravilloso cambiar! ...

Las estrellas adornan la belleza del cielo, y su luz res­plandece en la altura divina; a una orden de Dios ocupan su puesto y no se cansan de hacer la guardia.

Mira el arco iris y bendice a su creador: ¡qué esplendor majestuoso! Abarca el horizonte con su esplendor cuando lo tensa la mano poderosa de Dios.

Sabiduría de la cruz: Paz en días de bonanza y de adversidades

Del Sermón en la Ascensión del Señor de fray Juan Tauler, presbítero

Quien quiera imitar de verdad al Dios y Redentor nuestro Señor Jesucristo, debe tomar sobre sí con ánimo sereno la cruz de los dolores interiores y exte­riores, justos e injustos, y así cargado, caminará con­tento siguiendo a su Señor. No hay otro modo de llegar a donde Cristo ya nos precedió de este modo.

No son pocos los que quieren ser testigos del Señor en la paz, mientras todo les vaya conforme a sus deseos. Quieren de buena gana ser santos, pero sin trabajo, sin tedio, sin tribulaciones, sin perjui­cios. Desean, pues, conocer a Dios, saborearlo, sen­tirlo, pero sin amargura. Si efectivamente deben tra­bajar, si les produce amargura, tristeza, tinieblas y arduas tentaciones, si Dios se les esconde y se ven desprovistos de consuelos interiores o exteriores, al instante se desvanecen sus buenos propósitos. No son los verdaderos testigos que el Señor exige.

¿Quién hay que no busque la paz, quién que no quiera tener la paz en todo lo que hace? Y, sin em­bargo, este modo de buscar esta paz debe sin duda ser descartado. Debemos esforzarnos en tener paz en todo tiempo, incluso en las adversidades con no poco esfuerzo. De ahí debe nacer la paz verdadera, estable, segura. Verdaderamente cualquier otra cosa que bus­quemos, o queramos será un engaño. Si, en cambio, nos esforzamos, en cuanto nos sea posible, en estar alegres en la tristeza y mantenernos tranquilos en la turbación, sencillos en la complicación y alegres en la angustia, entonces seremos verdaderos testimonios de Dios y de nuestro Señor Jesucristo.

A tales discípulos el mismo Cristo vivo y resuci­tado de entre los muertos auguraba la paz. (Jn 20, 21) Éstos nunca en su vida terrena encontraron una paz externa; pero se les dio una paz esencial, la verda­dera paz en las tribulaciones, la felicidad en los in­sultos, la vida en la muerte. Se alegraban y exultaban cuando los hombres los odiaban, cuando los entrega­ban a los tribunales, cuando eran condenados a muerte. Tales son los verdaderos testigos de Dios. (Hch 5, 41)

Juan Tauler - Sagrada Biblia