La experiencia de Dios

Siempre hay una sospecha de que dentro de nosotros hay “Algo”. Eso es lo que da sentido a la experiencia del silencio interior. El silencio deja que la Trascendencia se revele.

“Es cierto que la oración silenciosa es muy austera, pero nos da la oportunidad de recordar el gusto original de lo divino, de recuperar el gusto original de lo anterior, del corazón, de la vida” (Alcoba, 153).

“El viento sopla monte abajo, y no es igual el ruido que hace en los robles, en las rocas, en las alamedas, en la hierba… pero el viento es el mismo.

El silencio, la vida divina, es la misma. El espíritu es el mismo, Dios es el mismo… la experiencia es distinta” (Posada, 77).

 

La presencia

    * Sobre este tema: Sementera, 48; Posada, 45; Alcoba, 121-122, 195; Conversando, 70-75.

La recompensa del silencio interior es la presencia, lo divino. Esa luz es suficiente recompensa cuando aprendemos a estar presentes.

La presencia es estar atentos en nuestro interior, sin juzgar, ni aparcar..., presentes a todo, al amor, a la estrella, al árbol, a la flor.

La presencia requiere el deseo de no hacer, de no adquirir, de no pensar, etc. Es un estado en el que uno se limita a vivir el presente.

Cuando vemos una flor sin afán posesivo estamos presentes a algo nuevo. Cuando hay presencia, todo es nuevo, sin interferencias.

La presencia se vislumbra cuando desaparece lo que somos.

Debemos vivir cada situación y cada suceso intensamente: abriéndonos al más allá.

Cuando la presencia lo llena todo, no hay nada que decir a Dios.

No hay oración sin presencia, no hay oración si no estamos aquí.

Hemos de estar atentos a nosotros mismos.

“La luz existe. Pero cada vez son menos los ojos que se abren a ella.

La presencia está ahí. Pero cada vez son menos los oídos que desean y buscan.

La Palabra de Dios existe. Pero cada vez son menos los oídos que prestan atención” (Cosecha, 85).

“Todos llevamos un ser que no está condicionado: la presencia en nosotros de ese Dios que nos ama […]. Esa luz ‘incondicionada’, no es nuestra. Es nuestro lo que hemos creado, este yo interior: ‘el yo creo’, ‘yo siento’” (Desde, 111).

“Las puertas interiores están siempre blindadas. Mi casa es opaca y blindada. No se vive tan a la buena de Dios. Se vive con temor, a la defensiva […].

En san Juan las puertas son de perlas y trasparentes. No recibe luz ni del sol ni de la luna porque dentro todo es silencio; se vive en la confianza de que dentro hay luz. El secreto está en la Presencia, en la luz que recibe dentro y se ve” (Conversando, 52).

“[Señor] En cada instante ábreme a tu gracia, en cada momento ábreme a tu don. ‘Hazme escuchar tu gracia’ [Sal 143,8], dame el recibir la vida” (Posada, 56).

Dios

Está por encima de todo

Dios es lo incondicionado. Está más allá de lo exterior.

Dios no está ni aquí ni allá: está en el soplo (Jn 4,23).

Dios es la pura simplicidad.

“Dios es el que lo es todo en todas las cosas” (Alcoba, 227).

“Tu Dios es un dios oculto, misterioso. Pero se desvela en la calma de tu silencio” (Alcoba, 211).

“…la diversidad es la nota maravillosa de la creatividad de Dios, hasta las nubes son distintas.

Dios abraza toda diversidad” (Desde, 183).

Está en la nada

Dios no es útil, ni productivo, ni rentable: Dios “no sirve para nada”. “El silencio es inútil como es inútil Dios” (Desde, 134).

“La zarza [cf. Ex 3] es el símbolo de lo más inútil. Nada más inútil en el campo que una zarza” (Sementera, 71).

Dios se hace presente cuando ya no queda nada donde agarrarnos interiormente. Busca la nada y tu alma se sentirá resucitada.

Está dentro de nosotros

Dios es el Amo de nuestra casa (cf. Alcoba, 27-28).

Dios es nuestra roca. Pero es una roca que está oculta. Hace falta profundizar en nosotros para encontrarla (cf. Alcoba, 85; Cosecha, 183-184).

Dios se limita a “soplar” en nuestro cuerpo (cf. Gn 2,7).

“Yo no estoy solo, decía Jesús, pero es también tu realidad: tú nunca estás solo” (Posada, 20).

Sólo en Él podemos descansar

Sólo en Dios encontramos la paz.

Dios pone orden (Gn 1) en el desorden de nuestro interior.

Dios es el Amado (cf. Alcoba, 46-47).

Dios es nuestro Padre (cf. Alcoba, 207-208).

Jesús

“La lluvia viene del cielo […]. Jesús es el que viene del cielo […]. …la tierra es agradecida con la lluvia, también la tierra de nuestro corazón cuando acoge a Jesús” (Posada, 43-44).

Es nuestro Maestro

Jesús no tiene ningún sitio donde descansar: no descansa en lo exterior. Su morada preferida es nuestro corazón. Y su presencia en él nos hace madurar.

Jesús no fuerza, sólo suscita desde dentro: como la flor, que sale de dentro. Y lo inédito de la vida es un misterio, una fascinación.

Es Luz en la mayor oscuridad

La gran revelación de Jesús es que el Reino, el tesoro escondido, no está ni acá ni allá, sino en nosotros. Y todo queda iluminado desde el Reino.

Muere en la cruz

Jesús nos libera porque es el más libre. Sólo puede liberar el que es libre. Diríamos que Jesús en la cruz sigue siendo libre. Libre porque es un ser para los otros, por esa donación que él vive.

La cruz es como la tierra fértil, como el útero de la madre: el sendero de la vida que surge en el vacío, en la nada. Busca la nada, y hallarás el camino.

Presente en la Eucaristía

La eucaristía está orientada hacia la comunión. Este gesto de Jesús bien puede inspirar todas nuestras comuniones.

Jesús murió antes de subir al calvario: en la eucaristía se vació.

La Palabra de Dios

    * Sobre este tema: Desde, 31-34.

La Palabra tiene tres dimensiones:

• La creación. La naturaleza nos habla de Dios. Debemos contemplarla sin más, sin nombrarla, sin pensarla.

• El corazón. La Palabra está dentro de nosotros (Dt 30,11).

“El silencio es necesario para seleccionar la Palabra y para decir lo que el salmista. Oigo en mi corazón una voz…” (Conversando, 87).

• La Biblia. En vez de leerla antes de hacer silencio, es mejor hacerlo después.

El Evangelio es siempre el Evangelio de la interioridad. El Reino de Dios está dentro de la persona.

Más que interiorizar la Palabra de Dios hay que dejar que salga de nosotros.

“Realmente la Palabra viene siempre, pero raramente nos encuentra en casa, raramente parece ser que nos encuentra disponibles” (Desde, 34).

“Y así el silencio viene a ser como el lecho y el alumbramiento de la Palabra” (Conversando, 6).

“Es en la noche donde luce la estrella, y es en el silencio donde es vista la Palabra” (Conversando, 7).