El silencio para edificar de nuevo

«Yo los restableceré en la tierra que habré dado a sus padres» (Jer 16,15)

En Jeremías se puede ver que el retorno a Jerusalén es doloroso para aquella gente porque la encuentran en ruinas, arrasada, desoladas las calles... A veces, la vuelta a casa nos puede producir una sensación parecida. Mi silencio me puede llevar a ver las ruinas de mi casa. Murallas quebradas. Puertas arrasadas... Pero esta gente, la de la lectura que encontramos en el profeta Jeremías, encuentra vigor para iniciar una restauración. «¡Andando, a reedificar!». Se comienza una vida. Se plantan olivos. Señal de dinamismo y esperanza. Sembrar trigo es esperar la cosecha. Buena dosis de esperanza y de futuro.

Es importante ver la diferencia entre una reacción de desánimo y otra de descontento. Si hay descontento en mi vida es positivo e importante porque es señal de que no estoy enmohecido. Puedo tener aún impulsos vitales. Sólo se edifica en horas de salud y vitalidad.

El hecho de introducirse en el silencio ya es un síntoma de vitalidad. El silencio no se vive en horas de ocaso. Hay que estar muy lúcidos para vivirlo. Son horas cargadas de dinamismo y de vida. Es la mejor manera de poder regresar a casa.

Podemos recordar en el Génesis, en su capítulo 16, la propia historia de nuestro corazón. Abrahán tenía una mujer estéril llamada Sara. La segunda esposa, Agar, era una esclava egipcia que concibió un hijo. Al verse encinta le perdió el respeto a Sara y la vida se le hizo ya insostenible porque Sara comenzó a maltratarla. Agar se escapó de su casa y se marchó al desierto. Y el ángel de Dios se le hace presente con dos preguntas: «¿Adónde vas? ¿De dónde vienes?».

Nuestra situación de ahogo, de malestar, de asfixia..., al igual que la que sufría Agar, puede inducirnos a salir de nuestra casa. Dios le comunica a Agar que debe volver a su casa. Sólo en ella se recupera la salud. «Vuelve a casa». Evoca mi propia historia porque más de una vez yo me fui al desierto escapando de mi casa, del clima de mi corazón. Es que resulta, a veces, insostenible el ambiente de celos que se respira en ella y busco escapadas que me lleven a otras sensaciones, a otras emociones, a otros consuelos. Me equivoco pensando que fuera puedo encontrar el sentido de mi propia vida. Pero, tarde o temprano, el camino de mis emociones, de mis fiestas, de mis evasiones, de mis consuelos exteriores..., no me llevan a ningún sitio. Todas las excursiones «horizontales» desembocan en desierto y desconsuelo, sed y hambre. Dios, entonces, se hace presente y dice: «Vuelve a casa». El sabe que sólo en tu corazón está la vida, la salud. Toda la luz. Vuelve a tu origen. El origen de la luz, del gozo, del amor. El origen de la vida. El silencio es el retorno de todo esto. Todo lo que nace sale de la luz, de la vida, de un gozo Este es mi origen. En él encontrarás la felicidad. Sólo incorporándonos a nuestra conciencia podremos encontrar la vida. Por eso es importante atender a la hondura o verticalidad. En lo profundo de mi corazón es donde estoy en comunión con todos, donde puedo relacionarme y acercarme a otros. Allí desaparece la angustia, el ahogo y la asfixia.