Estudio

Fr. Jesús Díaz Sariego O.P.

Los dominicos fuimos fundados por Santo Domingo de Guzmán en el siglo XIII. Para comprender mejor las intuiciones fundacionales de Domingo y de los grandes personajes que concurren en la vida de la Orden desde sus primeras décadas de existencia, tales como San Alberto Magno y Santo Tomás entre otros, se precisa conocer la realidad social del siglo XIII en el continente europeo.

Asistimos a principios del siglo XIII a una crisis social con respecto al estudio. En el siglo XII había habido un gran desarrollo intelectual en algunas élites eclesiásticas. Los clérigos estudiosos se dedicaban sobre todo al derecho civil o eclesiástico, siendo más juristas que teólogos. No lograban una predicación que despertara en los oyentes un mayor acercamiento al Evangelio. Los concilios de aquel entonces (III de Letrán, 1178; IV de Letrán, 1215) conscientes de los efectos negativos de esta crisis en el ministerio de la predicación, establecen que cada iglesia catedral tenga un maestro con la misión de instruir gratuitamente a los clérigos de esa iglesia. Posteriormente la instrucción de los clérigos se ampliará a toda la diócesis.

La predicación del Evangelio, en plena Edad Media, había decaído y degenerado de tal manera que algunos grupos sociales comenzaron a reaccionar. La acción de Domingo de Guzmán fue clarividente a este respecto: No se puede hablar de Dios –intuyó– al margen de las realidades que viven los seres humanos. Para penetrar en su realidad se requiere el ejercicio de la inteligencia, apoyada ésta en los recursos del pensamiento y de las ciencias. Santo Domingo llegó a la conclusión de que el dominico tiene que estudiar a fondo. Tiene que reflexionar en profundidad sobre lo que está acaeciendo en este mundo desolado, en algunas ocasiones, por el sufrimiento y el sin sentido. La reflexión teológica será más adecuada cuando se deja interrogar por los principales problemas que azuzan la conciencia de la humanidad.

Esta intuición inicial tomó cuerpo en una Orden, la dominicana, para la que el estudio sigue siendo considerado no como un mero aprendizaje de saberes, sino como una ‘sabiduría para la vida’; no como un orgullo que aplasta, sino como el mejor servicio que se puede ofrecer al mundo; no como una mera pragmática u oficio, sino como ‘compasión intelectual’. Una forma de compasión que presupone la comprensión de la realidad y una forma de comprensión que lleva a la compasión. Esta es la dimensión más sapiencial en el ejercicio del estudio dominicano. Por ello, dedicarse al estudio, en dominicano, es responder al cultivo en la búsqueda de la Verdad.

Desde esta intuición inicial se despliega una confianza en la realidad terrena y humana. Todo lo humano no es negativo sin más, es potencialidad y fuente de posibilidades a desentrañar y profundizar. Este esfuerzo de racionalidad llevó a muchos dominicos, a lo largo de la historia, a establecer puentes entre Dios y el hombre, entre lo divino y lo humano. Pero también a ofrecer ‘intercambio’ de los hombres entre sí. Todo lo humano se convierte de esta forma en configurador del estudio dominicano.

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